La vida es una cuadrícula en la que nos cruzamos. Vertical y horizontalmente, adivinándonos cuerpo a cuerpo entre casillas blancas, entre casillas negras. Como palabras en suspenso y en vértigo, emboscándose en el engaño y coincidiendo en el engarce perfecto. Igual que en los crucigramas con los que resulta más fácil mantener la soledad a raya y pasar el tiempo buscando la letra adecuada y en línea con nuestra destreza y nuestro conocimiento. Es un viejo juego. Siempre empieza con una pregunta y una palabra que construye el desenlace. Somos un enigma desordenado que otro resuelve. En el amor. En la vida. En esa página de los periódicos que hace hoy 102 domingos inventó Arthur Wynne para el New York World en forma de diamante donde se cruzaban las soluciones a unas sencillas definiciones. Le llamó Words-Cross puzzle pero tres semanas después un error tipográfico transformó su nombre en Cross Words.

Este rompecabezas, que tiene algo de trámite caligráfico contra la vejez y la tristeza, es un espejo impreso en el que reconocer la salud de la memoria y la habilidad de convertir el crucigrama en una elegante gimnasia para el lenguaje. Muchas veces es difícil. "Conviene dejar para el final las palabras más largas. Es mejor variar de sector cuando se tropieza con un obstáculo serio. Háganse los primeros ensayos con lápiz". Consejos que Antonio Luis daba, el 22 de marzo de 1925 en Blanco y Negro, a los primeros lectores de una rejilla de 15 x 15 recuadros y definiciones como

Desde entonces y a diario, unos pasan la prueba desvelando la incógnita de un sustantivo o el adjetivo oculto en la intersección de una sílaba. Y otros abandonan incompleto el dibujo de las frases de un texto cruzado. Unos y otros son un trazo anónimo del fracaso y del hallazgo. Todo depende de tres tipos de posibilidad: demostrar y poner en práctica la cultura adquirida, la comprensión de las posibilidades, y la capacidad de adivinanza de las definiciones. En el reto va la pericia del jugador, su paciencia y su cultura. También hay otros que echan la pregunta al aire en busca de alguien que recoja el guante y su voz le ayude o que al menos le regale la hebra de una letra para desenredar el ovillo de la frase o que encaje en la intersección entre dos términos que se cogen de la cintura o de la mano. En cualquiera de los casos, el crucigrama es una palabra que no echa raíces en el baile que unas personas crean para que otros adivinen las parejas invisibles y a veces la música que las une.

Qué tristeza tan impresa la de estas historias sin nadie abandonadas abordo de un tren, en una sala de espera, en la mesita de un hotel, en el taller de actividades de un geriátrico, en el asiento de un vagón de metro en el que se cruzan constantemente palabras soñadoras, vacilantes, cansadas, fulgentes y fugaces, sin rozarse apenas algo más que la vibración de un silencio y un instante de su viaje. Lo mismo que si fuesen espías que no pueden dejar huellas a su paso. Un misterio que siempre han tenido en común. De hecho, durante la II Guerra Mundial, a finales de 1941, autorizó al organismo dedicado al descifrado de los códigos secretos alemanes a reclutar nuevos breakcodes (rompedores de códigos). Con ese propósito se realizó un concurso entre los lectores. El reto consistía en resolver el crucigrama publicado en menos de 12 minutos. Se seleccionaron 25 concursantes de los que sólo 5 lograron finalizarlo. El récord se estableció en 7 minutos y 57,5 segundos. Mucho más tiempo, siete años, emplearon Svetlana y Semión Beliáyev en componer uno en una hoja de seis por ocho metros, y en formular las preguntas que ocupan dos tomos. La pareja logró superar la plusmarca mundial de 50.400 palabras, establecida por un belga, pero no llegó a incluirse en el libro Guinness de los récords porqué sólo se aceptan los crucigramas en inglés. Seis meses después, los Beliáyev presentaron en público el lienzo, colgado como telón en el escenario de un teatro de la ciudad rusa de Borisoglebsk. A 1.492 kilómetros, en la ucraniana Leópolis, hay un edificio de 100 metros de alto con un crucigrama gigante. Para resolverlo es necesario recorrer el resto de edificios de la ciudad e ir encontrando las definiciones . Al final del día, las respuestas brillan en la oscuridad gracias a una pintura especial. Al parecer el frío del este estimula la imaginación y las incógnitas del lenguaje. Lo mismo que hacen los crucigramas con la capacidad lingüística de los alumnos. En Canadá lo tienen claro y juegan con propuestas bilingües, en las que una definición en francés requiere horizontales en inglés y una definición en inglés requiere verticales en francés.

Las del crucigrama son las hojas más solitarias del otoño que se acaba, celebrando su cumpleaños y sin que hayamos adivinado qué letras completarán la política que nos gobierne contra la corrupción, la mentira y la economía que nos deshumaniza, aliena y empobrece. Una de seis letras, otra de diez y la última de once. Dos empiezan por C y una por R. Tres palabras de las que una no encaja si queremos que nuestro futuro sea un crucigrama en el que la vida y la realidad no se crucen en sentido contrario.

*Guillermo Busutil es escritor y periodista

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