Stefan Reinert apuñaló mortalmente en el corazón al policía nacional de 33 años Francisco Díaz a las siete de la tarde del 20 de mayo de 2014. Reinert era un indigente alemán con graves problemas mentales, numerosísimos antecedentes penales, que había protagonizado muchos roces con los vecinos de la calle Frigiliana, así como con otros mendigos, a los que tenía aterrorizados. Ese día fue arrestado y enviado a un psiquiátrico penitenciario, donde ha estado hasta estos días, en los que ha sido enjuiciado por su crimen. De cualquier forma, va a ser absuelto. Es inimputable porque sufre una esquizofrenia paranoide de mala evolución porque se ha agravado con el prolongado consumo de drogas y alcohol a lo largo de los años. Lo más seguro es que sea internado durante 34 años para recibir el tratamiento adecuado. Sólo en este año y medio que ha estado ingresado, ha cogido 15 kilos. Es lo que va de estar en la calle a recibir cuidados médicos y psicológicos. Los peritos psiquiatras indicaron que Stefan se creía víctima de un complot policial y, según la amenaza que percibiera en su entorno, atacaría o huiría. Más allá de toda la discusión en torno a su estado mental, uno se pregunta qué hacía un tipo así en la calle, viviendo en un entorno tan poblado y con amplias posibilidades de haber causado aún más daño del que ya ha hecho quitándole la vida a un policía ejemplar, según han relatado todos los que le conocieron. Ese día, los agentes iban a detener a Stefan, dado que un juzgado había pedido su busca y captura. La mala suerte se cruzó en el camino de Francisco Díaz, pero tal vez esa tarde nunca debió haber ocurrido, porque Stefan tenía que haber estado en una institución mental recibiendo la atención que requería de forma que se hubiese atemperado su peligrosidad social , tal vez, con la terapia sostenida adecuada esto no hubiera ocurrido. ¿Cuántos más como Stefan hay en la calle? ¿Cuántas personas con graves patologías mentales con capacidad de acabar agrediendo a alguien deambulan cada día por ahí sin recibir el tratamiento psiquiátrico adecuado? ¿Cómo se puede poner coto a este problema? Esas preguntas y otras han sobrevolado la semana pasada por la mente de quienes hemos asistido al juicio de Stefan Reinert, al igual que ocurre con otros procesos a los que hemos asistido con consecuencias menos gravosas que la pérdida de una vida y en los que también se aprecia que el acusado tiene un grave problema mental. Tal vez afinando en este tipo de situaciones, la delincuencia sería menor y se evitarían situaciones tan dramáticas como este procedimiento. Es otra falla del sistema.