Ahora, el presidente del Gobierno pide a todos responsabilidad. Después de haberse pasado toda una legislatura ninguneando cuando no maltratando a la oposición y obedeciendo únicamente a lo que dictaban Bruselas y los mercados, ahora ofrece diálogo. Después de haber hecho de su capa un sayo, gobernando continuamente por decreto y como si éste fuera un régimen presidencialista y no parlamentario, después de haber jugado a las ocultaciones y faltado más de una vez en el Parlamento a la verdad, ahora pretende seguir cuatro años más al frente del país.

Ocurre, es verdad, que lo viejo se resiste a morir, y por viejo me refiero por supuesto al bipartidismo, que no ha recibido, pese a todo, el castigo que merecía, lo que indica que hay más de una generación marcada todavía en cierto modo por el franquismo y sobre todo por el miedo a lo nuevo. Pues no deja de ser preocupante que un partido en el que la corrupción no son sólo dos o tres manzanas podridas dentro de una gran cesta sino en muchos casos un estilo de gobierno siga siendo, pese a su espectacular caída, el más votado por los españoles.

Y ¿qué decir por otro lado de un partido socialista cuya modernización ha consistido en hacer un par de fichajes estelares que muchos no entienden o elegir como secretario general a un político más fotogénico que su predecesor y cuya principal aportación a la misma ha sido su aparición en programas populares de la televisión privada? Un partido que no supo tampoco regenerarse a tiempo ni ha logrado liberarse del fantasma de la corrupción, al menos allí donde más tiempo lleva gobernando como es Andalucía y que ha demostrado también a veces ser más sensible a los poderes económicos que a las necesidades de una ciudadanía duramente castigada por la crisis.

Ahora habrá todo tipo de presiones de eso que llamamos los poderes fácticos para que se constituya algo así como una gran coalición como la alemana en aras de la estabilidad que reclaman los mercados. Lo han dicho ya algunos analistas, y me sumo a su advertencia: sería por supuesto sólo un beneficio para el PP, que vería pese a todo recompensada su gestión al frente del Gobierno, al tiempo que un regalo envenenado para los socialistas, pues equivaldría a su suicidio político. Y sería sobre todo un monumental desprecio a los millones de ciudadanos que reclaman con urgencia cambio.

Cambio en la forma de hacer política, basada, no en la imposición como hasta ahora, sino en la transacción y el diálogo. Cambio que exige en primer lugar la puesta a punto de un nuevo sistema electoral porque, como hemos escuchado a las formaciones emergentes, el actual no es suficientemente representativo y ha beneficiado sobre todo a los partidarios de que las cosas siguieran como hasta ahora. Definitivamente, se impone un curso acelerado de negociación y de pactos entre todos.