El sábado aproveché el día de reflexión electoral para reflexionar por el centro de Málaga. Y allí, abstraído, reflexioné y requeteflexioné sumido en un trascendental silencio monacal, hasta que el vocerío compareció y se apoderó del ambiente. ¡Qué poderío el del vocerío, tú...! Los reflexionadores llegaron en tropel y desbordaron las calles principales, y se derramaron por las callejuelas adyacentes, anegándolas de atronadoras reflexiones. Entre la turbamulta había grupitos de extranjeros unidos a la reflexión. La cerveza, que no decaía en el bando nacional ni en el foráneo, era el nexo de unión reflexionante.

-A cervexa é boa para reflexionar- dijo un galego...

Tres bóxers reflexionaban meditabundos, tumbados junto a su humano, que también reflexionaba, él con vermú, parecía. En el balcón de un segundo piso, dos gatos, un persa y un siamés, también reflexionaban, pero sin dejar de mirar al bueno de Salvador, el limpiabotas, que reflexionaba mientras se cambiaba el cepillo de mano a velocidad de vértigo. De pronto fue como una aparición... No había reparado en ellas, pero allí estaban, sentadas en la terraza de enfrente. Ellas no reflexionaban. Era un grupito de locuciones adverbiales. Sentadas, de izquierda a derecha, estaban Sin Duda, A Oscuras, Poco a Poco, A Diestro y Siniestro, A La Chita Callando, A Tientas y En Un Santiamén. A mí las locuciones adverbiales siempre me han hecho un tilín especial. De hecho, con todas las reunidas, excepto con A Diestro y Siniestro, mantuve apasionadas relaciones, más o menos formales, a lo largo de los años.

Cuando llegué a la mesa todo fue alegría, excepto por parte de A La Chita Callando, que nunca comprendió que lo nuestro ocurrió como ocurrió por ella misma. Yo, atendiendo a su propia naturaleza, interpreté que no debía airear públicamente nuestra relación, para que ella no perdiera su pública virtud, pero ella no lo entendió y rompió conmigo, convencida de que solo salíamos a escondidas porque me avergonzaba de que ella fuera una simple locución adverbial. Se lo expliqué un millón de veces, pero nunca me creyó€

La que faltó el sábado fue Sin Embargo, con la que también tuve un affaire. Qué especial y qué nutricia fue siempre Sin Embargo. De hecho, la cosa no llegó a más porque ella tenía un destino en el que ningún ser humano cabíamos para siempre. Sin Embargo para mí fue una maestra. Cuando me sentía afligido o perturbado o irritado, Sin Embargo me hacía ver la riqueza de nuestra naturaleza con mayúsculas y me enseñaba a salir del mal momento. Recuerdo cómo una vez me empujó hasta hacerme experimentar en primera persona que no es el cambio el que provoca la angustia, sino que es la resistencia al cambio la que actúa de motor angustiante. Las veces que me encontré afligido y dolorido por la pérdida, Sin Embargo me bisbiseó que nunca nadie podría arrancarme la riqueza del camino compartido con los seres desaparecidos, ni la poderosísima fuerza universal de mi agradecimiento por todo cuanto recibí de ellos. También recuerdo mi inefable cabreo aquella vez que tomé la peor decisión de mi vida al solucionar un complicado asunto, Sin Embargo apareció y me invitó a comprender que cualquier fracaso es un éxito, porque fracasar es también una forma de conocimiento. Tira-y-afloja de pareja, claro que tuvimos, Sin Embargo siempre me recordaba que en la convivencia, incluida la de la amistad, no es el amor el que sustenta la relación, sino que es la manera de relacionarnos la que sustenta el amor. Mi experiencia y mi naturaleza sin mi especialísima relación con Sin Embargo serían una cosa muy distinta y peor. Todo un ser de luz esta locución adverbial.

En lo turístico, Sin Embargo se atascaba. Interiorizaba virtuosamente todos los mecanismos que yo le transmitía, pero terminaba exasperada por lo que ella denominaba el "impulso turístico tóxico", y por cómo no hemos sido capaces de controlarlo a lo largo de nuestra larga historia. ¿A más crisis más oferta y a mayor éxito también? ¿Hasta cuándo?

A los que no sabemos adónde vamos, cualquier camino nos vale, pero ninguno nos lleva a ninguna parte.

No sé..., a veces tengo la sensación de que es nuestro natural turístico el que nos mueve a ser sempiternos prisioneros del pasado.

Feliz Navidad, paciente lector. Si el destino lo cruzara con Sin Embargo, no la deje escapar. Es una joya.