El escenario -está dicho hasta la saciedad- es ingobernable. Es dificilísimo poner orden en este maremágnum de fuerzas políticas suficientemente grandes como para inflar sus egos y tan pequeñas que no dan ni para gobernar a pares. Es el momento de la responsabilidad. Esa tan cacareada segunda Transición de la que alguno de los partidos emergentes lleva hablando meses tiene que llegar. Sueño con un país mejor en el que sus políticos piensen en lo mejor para su pueblo y la gobernabilidad de su país. Y digo sueño porque se me antoja imposible pensarlo como una realidad. Pero siempre queda ese resquicio.

El tablero arroja unos resultados de los que se deduce que es estrictamente necesario modificar las reglas del juego. El cambio de Ley Electoral se debe afrontar desde ya. De hecho, la idea de un macropacto temporal que ponga sobre la mesa una reforma de la Constitución es la que tiene mayor sentido ante un parlamento polarizado. Que los cuatro grandes partidos, que suman 322 escaños, se propongan una nueva convocatoria de elecciones tras el verano con el fiel propósito de promulgar una renovada Carta Magna. Nunca un escenario fue tan favorable a una renovación necesaria.

Dejemos de caer en lugares comunes, pero no dejemos de pensar en que necesitamos dar un paso adelante para cambiar esta imagen de país de segunda. Me gusta soñar. Soñar con un país mejor, más serio, más resolutivo, más pragmático€ pero por otro lado me despierto y se me encoge el corazón en medio de una pesadilla sabiendo que no, que la clase política tiene casi imposible la regeneración. ¡Qué le vamos a hacer! Tenemos lo que votamos, no nos podemos quejar...