Para algunos, esta Nochebuena será la primera siendo huérfanos de padre y madre (también para mi hermano y para mí, por si sirve de consuelo para alguien). No es difícil adivinar que por momentos ocupará más su vacío que su recuerdo. Los viejos eran no sólo tus padres, unas miradas en las que estar siempre pasase lo que pasase, también un sitio al que ir, una casa en la que recogerles, un espacio en el coche a la ida y a la vuelta, un lugar en la mesa, unos regalos más que pensar, y la tarea de hacerles reír durante la cena para compensar un poco lo que la vida no les sonrió y lo que les debíamos. Para algunos esta será también la primera Navidad sin los abuelos, hijo mío, como lo será para ti.

Por muchas cosas estos días no ha sido fácil poner el árbol, pero lo hemos puesto, con la estrella en la punta, como tiene que ser y siempre fue, aunque la hayamos improvisado un poco echando mano del reciclaje. Tampoco ha sido fácil rescatar de su caja de cartón aquel portal de Belén que regaló el periódico hace muchos años, con figuritas que el abuelo fue coleccionando para que ahora su nieto las coloque divertido como le viene en gana, poniendo un cerdo en un palo del gallinero donde jamás podría subirse y al niño Jesús en el tejado de madera impregnado de musgo artificial (unas virutas verdes que ya he barrido hasta del cuarto de baño, porque el niño se lleva el nacimiento allí cuando va a hacer caca para jugar con él). No ha sido fácil, por muchas cosas, este año, sacar del trastero la Navidad.

Las elecciones de Podemos, el estreno de una nueva entrega de La Guerra de las Galaxias, la Lotería y la ajustada compra de los regalos se han juntado este año, cuando tus padres ya no están, ninguno de los dos, y te sientes todavía como una rama que se ha quedado en el aire. Una rama sin tronco que ahora debe ser árbol, lo antes posible, antes incluso de que se produzca la sesión de investidura en el Congreso que probablemente no investirá a nadie (todo se te ha mezclado). Un árbol para sujetar la rama que ahora es tu hijo.

No hay familia perfecta, facilita las cosas que todos seamos conscientes de ello esta noche. La Nochebuena no debe servir ni sirve para arreglar eso, sólo es una tregua, un sentirse agarrados y parte de algo de manera más o menos festiva, con o sin villancicos, según la familia que te toque y los problemas que la aquejen. Tampoco puedes ser el pegamento que una lo que hace tiempo la vida no consiguió unir o se encargó de despegar. Sólo estar ahí. Ocupar tu espacio en el coche, tu lugar en la mesa, tener el beso preparado y llamar a alguien que está fuera, incluso verle la cara por Skype o Facetime o cualquiera de esas posibilidades que pertenecer a nuestro tiempo nos permite.

Ya hablaremos en la página del sábado de política de pactos imposibles y de segunda vuelta electoral. Hoy toca aprender a pasar la Nochebuena sin ellos y cómo hacer que estén siempre. Feliz Navidad