Supongo que son cosas de la jubilación, esos años que con un poco de suerte pueden convertirse en la mejor etapa de nuestra presencia en este caótico planeta en el que vivimos. Siendo la memoria humana altamente selectiva, me siento cada vez más privilegiado cuando miro hacia atrás. Por ser un jubilado, titular de unas experiencias en muchos aspectos muy dignas de agradecer, sobre todo a la Santa Providencia. Mi historial laboral comenzó en el verano de 1957. Fue un buen comienzo. En el registro del Ministerio de Empleo y Seguridad Social aparece en aquellas fechas un servidor de ustedes como trabajador por cuenta ajena en un hotel de Torremolinos. Cuyo director, don Frederick Saunders, figura como el empresario que hizo posible para unos cuantos ese pequeño milagro: un trabajo interesante, honesto, bien remunerado, en un hotel que ahora sabemos que fue un lugar mágico. El famosísimo Hotel Santa Clara, el Castillo del Inglés de Torremolinos , el que hizo posible el comandante George Langworthy, de los Ejércitos de Su Majestad Británica. Don Jorge, de gloriosa memoria en el Torremolinos de aquellos tiempos.

Mi vida profesional, como la de muchos otros, se encarriló entonces, como en una vía paralela a la de la historia de España y su milagro turístico. Fueron años en los que tocamos varias veces el cielo. Todo nos llevaba en una dirección ascendente y solo aquel cielo era el límite. Fueron tiempos extraordinarios, en los los milagros portentosos se nos convertían en algo rutinario. El pasado domingo sentí que algo se había roto. Aquella sensación de amargura y oscuridad me era desconocida. Me preocupó esta sensación que compartí con varios amigos. Entre ellos, le envié unas líneas a una persona por la que siento un especial respeto, gran amiga de España y residente ahora en una de las capitales claves de la Europeidad. Una vez enviada esa misiva me dí cuenta de que había escrito cosas que debería compartir también con mis amables lectores de La Opinión de Málaga. Aprovechando los poderes prodigiosos del ordenador, las pego a continuación:

«Son tiempos oscuros. También en España. Debemos expiar tantos viejos pecados, tantas culpas, tanta corrupción. Se oía decir entonces... Un poco de corrupción, controlada, favorece a los buenos negocios. Nunca se controla la corrupción. Ella controlará, como una guardiana feroz, nuestras vidas. Ahora algunos descubren que las vigas que sostienen el Estado parecen ser termiteros que se vienen abajo. Y un leve soplo ha sido suficiente para llevarnos al borde del abismo. Aún así, recuerdo el final de la Oda al pan de Pablo Neruda: No tiene alas la victoria terrestre: tiene pan en sus hombros, y vuela valerosa liberando la tierra como una panadera conducida en el viento.» Aquí termina la cita.

Creo que, ahora más que nunca, debemos creer en el pan que nace del milagro de la tierra y del trabajo. Y creo en las personas que con su esfuerzo y su sabiduría hacen posibles tantas cosas admirables...Personas que nunca quisieron pactar con la náusea. Al fin y al cabo ellos son la inmensa mayoría. Y a ellos se lo debemos todo.