Uno, que procura ser respetuoso y comedido, obediente y disciplinado, no puede más que quedar perplejo con algunas aportaciones de la jerarquía, hasta el punto de llegar a rebelarse. El obispo de Córdoba entró en terreno resbaladizo en su mensaje de Navidad. Y ha indignado. Retrasar el reloj de la maternidad se ha convertido en una de las principales causas del aumento de la fecundación artificial en España. La edad media de la mujer que acude a los centros de reproducción asistida se sitúa en torno a los 36 años y medio, cifra algo superior a los 30 ó 32, que según los expertos, es la edad recomendada para planear un embarazo. La vida impone unos ritmos contrarios a los naturales. Esa vida que confunde lo importante con lo accesorio, pero que subyuga y condiciona el proyecto familiar. Estudios, trabajo, estabilidad, boda, crisis, hipoteca... Son asuntos a tener en cuenta en una paternidad responsable. Cuando el matrimonio se dispone a tener hijos puede ser demasiado tarde.

Muchas parejas que se aman se topan con la limitación de la propia naturaleza: el final de la vida fértil. O el estrés. O la contaminación. Por ello precisan ayuda y a ella recurren los que pueden, porque los tratamientos no son precisamente baratos. Este «aquelarre químico», como lo ha calificado don Demetrio, es un clavo ardiendo al que se aferran cada vez más matrimonios que no pueden tener hijos, pero que los desean con todo el alma y cuando nacen les quieren, les crian, les educan y les dan todo su amor porque son todo lo que son y todo lo que tienen.

¿Acaso estos hijos no proceden del amor? ¿Qué les diferencia de los concebidos por medios naturales? ¿No serán menos queridos que otros fruto de una noche de frenesí tras una borrachera? ¿O los que llegan al mundo sin haberlos buscado? ¿O los cientos que cada año son asesinados en el vientre de su madre porque son considerados un error que hay que eliminar, aunque hayan sido engendrados en una relación? Creo que olvida el obispo de Córdoba que ciencia y creencia pueden ir perfectamente de la mano. Y que la medicina evoluciona y que ésta está al servicio de las personas. Y que la Iglesia y la doctrina también lo hace y lo que hoy puede no aceptarse mañana sí. Pero mañana ya será a deshora.

Supongo que don Demetrio se tomará una aspirina cuando le duele la cabeza, aunque los analgésicos sean producto de los laboratorios. El mismo Jesús se dijo médico que vino a sanar a los enfermos. Los Evangelios hacen referencia a todo un mundo de dolor que parece rodear a Cristo: un imán que atrae a cuanto enfermo encuentra a su paso. El amor del Señor a los hombres es, en su última esencia, amor a los que sufren. Y Él los sana. Y Él también está en esas pipetas y tras el microscopio. Porque muchas veces se producen verdaderos milagros que ni los especialistas se explican.