Ante la penúltima e innovadora propuesta de algunas mentes privilegiadas del Ayuntamiento de Madrid he de manifestar mi más completo apoyo a la iniciativa, y muestro claramente mi opinión porque, aún siendo este un periódico malagueño, todos sabemos que la brillantez intelectual no conoce fronteras y ojalá cunda el ejemplo por estos lares. Me parece muy bien que las mujeres puedan representar el rol de reinas magas ante el pesebre, y tan contento estoy con ello que de hecho creo que la medida se queda corta.

No veo bien, por ejemplo, que el buey deba pasar tantas horas seguidas dando calor al recién nacido. Se debería fijar por convenio anti taurino un momento de esparcimiento en el que el domado morlaco pueda disfrutar con su mamporrero como es debido, que en todos los trabajos se fuma. De igual forma me molesta enormemente que el rey negro sea siempre el último y me pregunto si no sería mejor establecer un turno giratorio para que cada año uno de ellos encabece la comitiva. Y hablando de Reyes Magos, me parece antediluviano que regalen oro, incienso y mirra. Tendríamos que actualizar la cosa y llenar los cofres de sus majestades orientales con cocaína, condones y omeprazol. Eso sí que es una autentica fiesta.

Una vez roto el hielo con el asunto de la cabalgata podríamos extrapolar estos criterios a otros ámbitos tan rancios como viejunos que también necesitan ser remozados, porque ya puestos me vengo arriba y aprovecho para innovar. Quién dijo miedo.

Creo que ya metido en harina me gustaría tener la regla, si, por probar mayormente, que yo soy muy de probar. Así que obligaría al gobierno a desarrollar un programa científico de uterización masculina o de lo contrario me sentiría muy ofendido en mis convicciones. También considero absolutamente necesario que mi perro tenga derecho a voto, o mejor aún, que pueda ser candidato para verlo debatir en la tele y por lo menos echarme unas risas. Con no mearse en el atril ya demostraría más educación que algunos de los últimos aspirantes.

Para seguir con el espíritu progre marcado por algunos ediles capitalinos resultaría imprescindible abolir la distinción de sexos en el deporte, así veríamos la igualdad en todo su esplendor. También sería necesario para mi desarrollo personal libre de prejuicios que los ejércitos usen pistolas de agua y que en el concierto de Año Nuevo se quite a la filarmónica de Viena y en su lugar TVE retransmita perroflautas resacosos tocando los bongos. Tampoco debo olvidar la imperiosa necesidad para la sociedad actual de que los jueces cuelguen las togas y vistan disfraces de personajes de cómic, o acaso existe alguien en el mundo que no prefiera ser condenado por Ironman.

Y hasta aquí mi ración semanal de ironía.

Hablando en serio, ustedes saben como yo que existen muchos hombres que admiran a sus parejas y darían la vida por sus hijos, de esos con tanta ternura que callan ante la risa de un nieto, de esos que luchan a diario por afrontarlo todo, de esos que son ejemplo de entrega y fortaleza, de esos que, al fin y al cabo, saben que tienen de hombre lo que su nobleza predica de ellos. Y creo firmemente que hay mujeres con más cojones que algunos hombres, de esas matriarcas que llevan a toda la familia sobre sus espaldas, de esas que muestran con orgullosa normalidad su más que contrastado intelecto, de esas que demuestran que la sensualidad es un juego entre dos, de esas tan duras que no las quiebra ni el cabrón más violento y, mal que le pese a algún concejal con traumas infantiles, de esas que saben que ser mujer es algo mucho más grande, digno y hermoso que hacer el ridículo reivindicándose en una cabalgata de barrio para confundir la ilusionada mirada de un niño.