El balance de fin de año en España está presidido -como en la Asamblea de la CUP- por el signo del empate, que lo impregna todo. El resultado de las últimas elecciones es un práctico empate entre la derecha y la izquierda. De otro lado los partidos emergentes no han desplazado a los viejos a los que aspiraban a sustituir, pero en cierto modo su avance, y la expectativa de que prosiga, supone también un empate, y de hecho ha dejado bloqueada la situación. En el plano territorial hay empate entre soberanismo y unionismo, sin perspectiva de despejarlo. En la marcha de la economía hay también empate: el PIB crece, y se crea empleo, pero el volumen de la deuda pública, el muy alto paro, la amenaza de nuevos recortes y la fragilidad de la situación en las empresas no permite que se asiente el optimismo. Caramba, el gran propósito para 2016 debería ser la firme voluntad de todos de desempatar.