Esta noche habremos vivido otro año cuando llegue el año nuevo. Queda menos. Los dos asertos son magníficamente ciertos. Por eso un gramo de «soma» cura diez sentimientos melancólicos y proporciona los beneficios del cristianismo y del alcohol, pero sin efectos secundarios.

Aunque el soma del que les hablo sea una droga literaria, o quizá mejor porque sea así, su consuelo sigue estando al alcance de nuestra mano, como lo están los libros. El soma era aquel fármaco que el poder utilizaba para mantener contenta a la población en Un mundo feliz, la obra más conocida del escritor británico Aldous Huxley, poseedor de una vida buscadora y viajera tanto en kilómetros como en desarrollo intelectual y moral. En una de las páginas de la novela se cuenta así: «Si por desgracia se abriera alguna rendija de tiempo en la sólida sustancia de sus distracciones, siempre queda el soma: medio gramo para una tarde de asueto, un gramo para un fin de semana, dos gramos para un viaje al bello Oriente, tres para una oscura eternidad en la Luna»

En ese mundo feliz, publicado en 1932 pero parecido en no pocas cosas a éste, el Estado se encarga de distribuir la sustancia con el obvio propósito de controlar las emociones sentidas por los ciudadanos. Todo por la estabilidad de Metrópolis, una especie de ciudad, un mundo químicamente ¿feliz? Metrópolis ya había sido el nombre de un futurible social llevado con maestría germana al cine en 1927, la de Fritz Lang (qué película tan de hoy ya entonces). También Metrópolis es la ciudad donde vive Supermán. O así llaman al edificio que inicia la Gran vía madrileña, el que tiene a la Victoria alada en lo alto, con las alas y los brazos abiertos, una oferta de libertad con todo lo que eso conlleva para quienes miramos al cielo y no al suelo cuando nos fuimos algún día a vivir a Madrid.

La Nochevieja implica balance cuando has vivido las suficientes noches como para empezar a vivir los días. A finales de los años 50 Aldous Huxley volvió con un ensayo a su Metrópolis: «Nueva visita a un mundo feliz». Dijo entonces que no pocas de sus imaginadas truculencias publicadas casi treinta años antes se convertían en penosas realidades con una rapidez que no había podido soñar. Pero Huxley nunca se rindió ni se conformó. Tampoco dejó de buscar ni cuando murió su mujer de cáncer tras treinta y cinco años de envidiable vida en común, a pesar de que debió de entender pronto que la búsqueda era en realidad el mayor hallazgo.

No sé qué buscan encontrar en el nuevo año. Pero no se queden quietos ni olviden lo que encontraron en estos años ya vividos, con todo su dolor. El amor a los nuestros es el soma para seguir levantándose a diario, el único remedio para mantenerse impávido ante el miedo de la vida un año más. Que tengan una buena entrada de 2016. Y gracias.