Pasar unas navidades a veinte grados no es ni normal, ni bueno. Dirán que anima al turismo, que mejora el comercio, que qué bien, qué bonito, todos en camiseta paseando por la calle Larios y que la Pedroche puede salir en bolas en Nochevieja, pero no. En los dos escasos informativos que me han pillado arramblado en el sofá del hogar familiar estas fiestas, no he tenido más narices que escuchar noticias que esos veinte graditos llevan adosadas, cual chalet en Benalmádena. Inundaciones en el Reino Unido, devastadores tornados en Estados Unidos, niveles de contaminación por las nubes en China y unos agradables cero grados de temperatura en el Polo Norte, cuando lo habitual en esta época del año es de menos treinta. «¡Es que nos estamos cargando el planeta!». No lo ha clamado ninguno de mis cuñados en las comidas familiares de estos días, pero seguro que alguno de los suyos sí, con esa manía inherente que tienen de resaltar lo obvio con pasmo, asombro, indignación y sí, molestia, pero para quienes las sufren. Y yo, como soy cuñado de nivel 2, comparto esta afirmación, pero desde otro punto de vista. Y es que no me preocupa tanto el saqueo que le estamos haciendo al planeta a base de emisiones de gases, con perdón, como el efecto que las anómalas temperaturas de las últimas semanas tienen en la gente. Veinte grados en diciembre son como cuarenta o cincuenta en julio. El cerebro humano se reblandece. El masculino en particular. Y si en verano el calor hace que ponga cara de idiota y se esconda, pícaro, tras su cerveza mientras se deleita con disimulo de las curvas que de verdad dan la felicidad, en invierno se vuelve directamente gilipollas. La admiración y el deleite se vuelven odio, locura y demencia. No tiene otra explicación. Palma, Villena, Lorca, Adra, Pontevedra y, ayer, Torrevieja, han sido los escenarios de los últimos ataques del Estado Imbécil. El Isis que hace más daño que el terrorismo islamista. El Daesh que está aplicando el efecto invernadero a pequeña escala y que quiere cargarse el planeta empezando por la más bella creación sobre el mismo. Basta ya.