Camilo José Cela escribe a Juan Pedro Aparicio en 1948 una carta en la que renuncia a su puesto fijo en un Ministerio para dedicarse a escribir. La publica El País, que es quien la ha descubierto. Mejor dicho, la reproduce. Es mecanografíada, no escrita a mano. Le hago una foto con el iPhone. Para releerla de cuando en cuando. Ya puestos, repaso las fotos del iPhone y veo que predominan las imágenes de mi hijo, las fotos de botellas de vino, de platos en restaurantes, de amigos de farra y de páginas de libros. Páginas que al fotografiarlas parece que quisiera atrapar o aprender de memoria. Cuando tengo un tiempo muerto pero estoy lejos de libros, abro algunas de esas fotos del teléfono y leo un pasaje. Los hay de Pániker, de Gil de Biedma, de mi padre, de Rafael Morales, de Vargas Llosa, de Milena Busquets, Baroja.... de tantos...

Vamos a lo que vamos. Carta de Cela. 1948. Ya es un escritor de nombre, pero se muestra dolido por una colaboración que le han retirado y por no haber conseguido algún premio. En 2016 se cumplirá el centenario del nacimiento de Cela y con tal motivo se reeditará La Colmena en una versión mejor anotada. También se editará un volumen, ‘La forja de un escritor’, que recopilará columnas escritas por el premio Nobel con el asunto común de la creación literaria. No sé por qué Cela no escribió un diario. Tal vez lo hiciera y no se haya publicado. Tal vez lo publicara y yo no lo supiera. Un diario (tanto de sus andanzas en la posguerra como de su vida en Mallorca o su etapa final de famoso y personajón excesivo, sería interesantísimo) plagado de peos, mamadas, zurupetos, talento literario descomunal, comilonas, juicios excesivos sobre amigos y enemigos, fiestas,... Yo creo que a Cela se le ha atacado mucho por pura envidia. También creo que con lo que he escrito anteriormente caigo en el tópico sobre su figura. No sé. La colmena es una de esas novelas que lees y tienes luego que releer y subrayar y ver la película y volver a leer. Una novela para estudiar y citar en conversaciones. Un novelón.

A mi me gustaban mucho sus columnas en El Independiente, aquel periódico de los ochenta-noventa malogrado que dirigía Pablo Sebastián (Aurora Pavón era su seudónimo para dar caña de verdad) que publicaban en la contra junto a las de Raúl del Pozo. Dijo en el último número Del Pozo: «Este periódico no tiene lectores, tiene militantes». Esas columnas eran a veces como mini historias tremendistas carpetovetónicas, raciales, españolísimas, berlanguianas, fellinianas. Celianas. Del tipo: «Amadeo Galán Lamadrid era cojo, filatélico, mansurrón y proclive a sobar traseros con disimulo y delectación en las bullas del metro a Cuatro Caminos. Una vez se llevó una hostia que le propinó Merceditas Huesca Lasalle, vecina de la calle Bravo Murillo, que cuidaba de su decencia por todos los medios salvo cuando se veía acorralada en el cine por su novio, un perillán del extrarradio con miembro viril enorme a decir de las habladurías». Esta parrafada me la acabo de inventar. La he improvisado. Como homenaje. Así, en ese tono y estilo he redactado yo alguna columna. Me chifla. No todo el mundo las entiende. O las entienden pero no les gustan. Yo a Cela le tengo cariño desde que en segundo de carrera una profesora nos puso a redactar una columna sobre un cuadro de Velázquez y resultó que entre doscientos y pico la mía fue una de las varias que le gustó mucho. Me hizo el putadón de salir a leerla. En aquella columna, yo metí a Cela y dije: «Como diría Cela, enhorabuena, qué leches». Supongo que fue cuando le dieron el Nobel. Menos mal que no dejó de escribir en el 48.