Desde que el PP perdió la mayoría absoluta que tan abusivamente utilizó durante cuatro años para rechazar cuanto venía de la oposición o de la calle, el partido y sus apologistas mediáticos no dejan de machacarnos con un único mensaje. «Fuera del PP no hay salvación». Tal es la consigna que se nos lanza reiteradamente en un intento un tanto chantajista de hacernos creer que, en el caso de que no pueda seguir gobernando ese partido, no sólo la unidad de la nación corre peligro sino que la economía, que ya comienza a despegar, peligraría.

Unos nos amenazan con una reedición de lo que ocurrió con la Grecia de Syriza, pero omiten la culpa que también tuvo la insolidaridad de otros gobiernos mediterráneos para con aquel país, mientras que otros, en referencia a Podemos, agitan el espantajo del totalitarismo bolivariano. Y la receta que se nos propone como única salvación es una gran coalición entre dos partidos que tan cómodamente se han alternado hasta ahora en el poder con el pegamento de un tercero - Ciudadanos-, todo ello en aras de la necesaria estabilidad.

Explican que es lo que sin duda reclaman los mercados de capitales, que no en vano son quienes nos prestan el dinero que nuestro país necesita, y ya se saben las servidumbres que impone cualquier situación de endeudamiento, como tan bien nos ha explicado Maurizio Lazzarato (1).

A nadie parece ya sorprenderle lo más mínimo el que pueda considerarse más democrático que un país se convierta en rehén de los mercados financieros que su gobierno dependa como sucede de modo exasperante en Cataluña de lo que pueda decidir una asamblea de ciudadanos.

Sea como fuere, con los partidos políticos cuando gobiernan habría que proceder como con ciertas tierras, a las que hay que dejar cada cierto tiempo en barbecho para darles tiempo a que se regeneren. No hay en efecto nada como unos años de oposición para reflexionar sobre lo que se hizo mal y tratar de ponerle la próxima vez remedio.

Y a la vista está que muchas cosas se hicieron aquí muy mal: de otra manera, el partido que nos ha gobernado los últimos años no habría sufrido tamaño menoscabo en un país como el nuestro, tan indulgente tantas veces con la corrupción.

Y es la corrupción, junto al desprecio de las más elementales formas democráticas, lo que diferencia nuestra política de la de esos otros países a los que tratan de asimilarnos quienes tan ardientemente abogan ahora por un gobierno de coalición.

Una coalición entre el PP y el PSOE - encabezada para más inri por Mariano Rajoy- daría seguramente la puntilla definitiva a un partido socialista absurdamente empeñado ahora en un proceso de autodestrucción en lugar de centrarse en corregir sus múltiples errores y analizar el éxito de un partido como Podemos, que tanto parece repugnarle. Si el PP no tiene quien le escriba - con la posible excepción de Ciudadanos-hay que decir que se lo ha ganado a pulso con su sectarismo. Y, claramente incapaz de formar gobierno, no puede pretender ahora que su principal rival, con todos sus defectos, lo intente al menos. Si es que no se lo impiden sus propias peleas internas. ¡Menudo panorama!

(1) «Gobernar a través de la deuda» | Amorrortu Editores