Nuestra religión es la innovación, al final una fe como otra. Lo innovamos todo: productos, técnicas, estilos, culturas, formas de vida, cuerpos. La moda misma es un rito cultual a la innovación, que de un modo u otro practicamos cada día. Lo que permanece ya no tiene valor, por ese solo permanecer. Esta religión monoteísta y fundamentalista va dejando atrás, como si fuera un caracol veloz, una rastro hecho de pasado, una basura, que el sistema tritura para formar un apestoso compost. Pero ese basurero, repleto de tradiciones desechadas, creencias laminadas, prácticas de siempre arrojadas al contenedor, tiene mucha vida, fermenta y acaba entrando en ignición espontánea, pues si los tiempos se comprimen acaban por tomar calor, hasta incendiarse detrás de nosotros. Nuestra religión de la innovación tendría ahí su purgatorio, y sus enemigos fundamentalistas el combustible para el infierno.