Rajoy discursea desde la suficiencia del perdedor. Ofrece lo que no tiene, pues cómo va a garantizar la estabilidad si ni siquiera dispone de la investidura. Es presidente en funciones y en defunciones, no ha interiorizado la magnitud de su derrota. Pierde quien no gobierna, y el líder del PP enmudecido juega de farol. Jalea «los intereses de los españoles», aunque los españoles no han demostrado intereses excesivos en su continuidad. Sin embargo, no debe acarrear con culpas que le son ajenas. Pablo Iglesias fue más ingenuo que revolucionario al acudir dócil a La Moncloa, para entrevistarse con el candidato de un partido que no jefe del ejecutivo. La nueva política empieza por rechazar el paternalismo imperante en la vieja.

Rajoy retuerce los datos con más intensidad que su CIS. Los españoles no han votado un gobierno del PP, que juega en la proporción de 122 a 238. Ante la dificultad de camuflar esta evidencia, el todavía presidente se inventa una mayoría con Ciudadanos y PSOE. En esta configuración, los populares también se hallan en inferioridad numérica, por 122 a 130. Es decir, el líder conservador reconoce que Sánchez y Rivera suman más que el PP. Sin embargo, reclama la continuidad en La Moncloa y tacha de «detalles» el reparto de carteras con socios que le superan en representación.

No está mal, hay que regalarle nueve millones de votos y silenciar a otros tantos, para que pueda gobernar con sus declinantes siete millones. ¿O solo le importan los 35 de costumbre?

La fragilidad, que Rajoy padece pero no confiesa, le empuja a caer en la trampa. Si Ciudadanos y PSOE pueden gobernar juntos bajo la tutela del peor PP de la historia, entonces Rivera y Sánchez también podrían pactar a espaldas de los populares. Con la ventaja de que se repartirían la presidencia y todos los ministerios que les escamotea el presidente en funciones.

Desde su hiperpatriotismo verbal, Rajoy ha convertido a España en una vulgar comunidad autónoma de Europa. Ahora bien, ni Ceaucescu hubiera anunciado su candidatura inapelable a las siguientes elecciones, cuando todavía no ha conseguido gobernar las recién celebradas.