En primera acepción un empate es una igualdad de resultado (con lógicos efectos paralizantes). Sin embargo en otras acepciones el verbo empatar significa enlazar, unir, atar. ¿Sería posible en España que una situación caracterizada por la primera acepción de «empate» mutara en una situación definida por las otras acepciones, y que el hecho mismo de hallarnos empatados fuera la condición de posibilidad para empatar cabos, y a partir de ese nudo formar un tejido, aunque sea circunstancial? A fin de cuentas el lenguaje, un fruto feliz que sirve para unirnos, se forma también a través de saltos en los significados, metonimias y metáforas que van perdiendo fuerza creadora para instalarse en el uso común. Pidamos, pues, a los Magos de Oriente algo útil: que no haya en España un partido único subyacente de nombre No Podemos, un viejo casco hundido que antes o después sale a flote.