Ayer, cuando acometí por primera vez las setecientas veinticinco palabras que usted, paciente lector estaría leyendo ahora, lo hice con la intención de convertirlas en una carta in extremis a sus Majestades los Magos de Oriente, con el ruego de que la entregaran a todos y cada uno de nuestros próceros y próceras esos que andan a codazos, rodillazos, salivazos y dicterios propios del mejor kung-fu político de cada uno, mientras opositan al poder patrio. ¡Pero, qué va...! Otra vez quedo demostrado que mis designios no siempre se cumplen. Le cuento:

Empecé a escribir, y justo en mitad de la tercera línea, supongo que viciado por el entorno, escribí «austericidio»... Y, no se lo pierda, saltó el sistema automático de frenado del teclado de mi ordenador y se bloqueó, frenándome en seco. No puede imaginarse, querido lector, el vértigo que produce el frenazo en seco de un teclado, sobre todo cuando se escribe sin cinturón de seguridad... Mucho estremecimiento y mucho canguelo, créame, eso es lo que se siente.

-¡Qué austericidio, ni qué leches..., austericidio es un concepto malparido! -ululó mi voz interior.

Y mi voz tenía razón. Hasta donde uno humildemente interpreta, el padre del palabro y la aborregada patulea que le damos eco, por austericidio entendemos algo así como «muerte por austeridad». Y con ello otra vez demostramos lo bien que erramos y lo mal que entendemos, a veces. El sufijo ‘cidio’ significa -más o menos- «acción y efecto de matar», por eso genocidio, suicidio, parricidio, fratricidio, magnicidio... significan lo que significan, y no otra cosa. Lo mismo que uxoricidio, por ejemplo, es la acción y el efecto de matar a la esposa -tan lamentable y execrablemente al día en estos tiempos-, austericidio sería la acción y el efecto de matar la austeridad. O sea, lo contrario de lo que entendemos. El austericidio bien entendido habla de austeridad fenecida y no de austeridad asesina; igual que el orgasmicidio bien entendido habla de matar orgasmos y no de ser muerto por ellos, que, dicho sea de paso, se me antoja una muerte lenta por las que muchos moriríamos por morir.

Al rato, el teclado de mi ordenador se desbloqueó y volvió a sus labores, y retomé mis letras, que son estas que ahora lee, que, aunque nada tienen que ver con la idea primigenia, sí que aprovechan el hilo de mi voz interior -aquella que me regañó- para juntarse, pero, eso sí, guardándose mucho de componer inadecuadamente el palabro por el que mi teclado casi me mata con el frenazo. Sépase: a los teclados también los carga el diablo...

A lo que iba: nadie, aunque llevare toda la vida hateando palabras, puede estar lúcido siempre. Quizá por eso, fuere quien fuere quien lo parió, erró el tiro con el sentido del palabro. Pero eso hay que saber disculparlo. Mi carta, queridos Magos, ahora va en el sentido de pedirles que se esfuercen en repartir instinto justiciero por el mundo turístico. Todos los turísticos merecemos ser expertos en horroricidio y en erroricidio. El error y el horror turísticos merecen ser muertos a manos de los buenos turísticos, por eso y para eso, Majestades, requiero su intervención mágica.

Y la requiero -es un poner- por si la camandulera estolidez turística insistiera en el horror y el error de seguir creciendo el volumen de la ya sobredimensionada oferta alojativa de nuestros destinos, los horroricidas y erroricidas turísticos pudiéramos intervenir inmediatamente y dar muerte a los errores y a los horrores que harían de esa medida el peor lastre para la sostenibilidad de la riqueza y la gobernanza de nuestro territorio, y para el futuro de nuestros hijos. Y también la requiero para poder intervenir y dar muerte al error y al horror de la ceguera que nos está impidiendo actuar sobre el escenario que se producirá cuando nuestro éxito dependa solo de nuestras fortalezas, y no de las debilidades de nuestros competidores, como viene ocurriendo.

Copio y pego el mensaje que acabo de recibir de mi voz interior. Dice: ¡joé, tío, acaba ya...! Tú sigue así y verás cómo aparece algún ignaro recalcitrante que entenderá que el horroricidio y el erroricidio que propugnas consisten: el primero, en matar al que horroriza y, el segundo, en matar al que yerra... Y lo peor es, ya lo sabes, que estos individuos, después, van y lo cascan...

Repelús me da...