La habilidad táctica de Podemos es equivalente a la torpeza del PSOE. Pedro Sánchez, cegado por la posibilidad de sentarse en La Moncloa, evitó la misma noche electoral hacer una lectura en profundidad de los peores resultados del partido en su historia y fruto de esa reflexión sosegada anunció con el primer cacareo del día que se presentaría a la reelección como secretario general del partido y que, en el caso de que Mariano Rajoy no pueda formar gobierno (imposible si él no lo permite), intentaría articular una mayoría de izquierdas aunque tuviera que invitar para ese viaje a partidos radicales que apuestan por la división de España. Sánchez, desde el minuto cero, cayó en la trampa de Pablo Iglesias y desde entonces transita sin más horizonte que tratar de formar gobierno pese a los efectos que para su partido supondría esta aventura con siete u ocho partidos con más visión territorial que estatal.

La primera de las lecturas define la debilidad del liderazgo de Sánchez, que se atrincheró en su silla de Ferraz sabedor de que Susana Díaz tenía la guadaña afilada, pero ha salvado el pescuezo gracias, tiene su coña, a la incertidumbre de Cataluña, que hasta ayer no se clarificó al autoapartarse el iluminado de Artur Mas, incapaz de formar gobierno pese a tener los pantalones a la altura de las pantorrillas.

Salvado este escollo, por ahora, tras el peligroso «ahora no toca» que Díaz dijo el viernes, el PSOE debería dejar de exhibir en público que es un partido vivo, autocrítico, y tendría que cerrar filas porque está en juego su propia supervivencia como partido hegemónico de la izquierda. Durante estos días han brindado un auténtico espectáculo, dejando de lado su centenaria historia para bailar al ritmo que le marca Podemos, cuyo único fin ahora, una vez devorada Izquierda Unida y tomado el mando en las principales capitales del país, es deshojar de pétalos la rosa socialista para que estos se queden solo con el capullo. O haciendo el capullo, según se mire.

Estaba claro que tras el 20D se pondría fin al bipartidismo en España, pero si nuestro sistema político no está acostumbrado a afrontar gobiernos en minorías, con pactos puntuales o experimentar con gobiernos de concentración, menos lo está para asimilar el Congreso multifragmentado que propone Podemos con la creación de cuatro nuevos grupos parlamentarios para corresponder, en un claro fraude de ley, a los votos que les prestaron desde Cataluña con En comú Podem (12 diputados); Valencia con Compromís-Podemos (9 diputados); y Galicia con En Marea-Podemos (6 diputados). Estas fuerzas periféricas han forzado al grupo que encabeza Pablo Iglesias a defender la autodeterminación en cualquier negociación y ahora quieren obtener más beneficios políticos y económicos.

Estas fuerzas territoriales con las que Iglesias cosechó un buen número de votos han logrado que el líder de Podemos proponga al PSOE que la posibilidad de formar cuatro grupos parlamentarios es un «elemento fundamental» a la hora de entablar cualquier acuerdo. Una exigencia que, como el referéndum en Cataluña, debería hacer imposible cualquier pacto con este grupo político que plantea propuestas al margen de la propia Constitución o, en este caso, que suponen un auténtico fraude. Es decir, pretenden que quien se presentó como un partido quiere ahora ser cuatro, recibir el dinero de cuatro partidos, tener asesores por cuatro partidos o tener las iniciativas y los tiempos de intervención de cuatro partidos. Pero además, si el PSOE aceptara esta locura, el Congreso se convertiría casi en una cámara territorial, pues ya el viernes una diputada gallega defendió que En Marea entiende que Galicia tiene una serie de especificidades, entre las cuales está la del derecho democrático de decidir para que tanto los gallegos como el resto de naciones decidan qué es lo que quieren ser. Por si no hubiera frentes con el desafío catalán, Sánchez gobernaría gracias al apoyo de fuerzas que quieren introducir también en el debate más naciones en una única nación como es España.

El PSOE camina peligrosamente sobre el alambre con el riesgo de dejarse seducir por los cantos de sirena de Iglesias con tal de que Pedro Sánchez sea presidente. Su papel no es fácil, sin duda, y es cierto que están legitimados para tratar de formar gobierno, pero esa tentación puede ser su tumba y provocar que fuerzas territoriales tensen y tensen cada día más una cuerda que ya empieza a dar síntomas de estar desgastada.

Y si este pacto a siete u ocho partidos sería peligroso para la propia supervivencia del PSOE, no menos letal sería para una parte de su electorado que facilitaran con su abstención la investidura del «PP de Bárcenas» y de un presidente que el propio Sánchez tildó de indecente. Podemos, marcando líneas cada vez más rojas, empuja a los socialistas hacia esta posibilidad con el propósito de arañar más votos de los caladeros tradicionales del PSOE, pues el dúo Iglesias&Errejón ha sido capaz de aglutinar votos desde la izquierda más radical hasta de los socialdemócratas, apropiándose del discurso centenario de los socialistas.

Se ha escrito que el mandato inequívoco de las urnas es que los partidos tienen la obligación de atender el requerimiento y hacer lo que es usual en Europa: buscar una fórmula cooperativa de estabilidad que permita formar gobierno y que no hacerlo sería un fracaso, pero para lograr este fin no debería hacerse aceptando cuestiones como la unidad de España o vulnerar la ley.

Pedro Sánchez y el PSOE tienen la difícil papeleta de decidir no sólo el futuro del partido, sino de España. Lo primero que deben hacer es traspasar esa responsabilidad al PP y dejar claro que para articular una mayoría progresista con Podemos y sus satélites territoriales lo primero que deben hacer es abandonar la idea del referéndum catalán y la astuta ocurrencia de formar cuatro grupo parlamentarios que abrirían la puerta a la fragmentación del Congreso y la cohesión. Y como las matemáticas no le cuadran al PP, habrá que ir a unas nuevas elecciones donde Pedro Sánchez debe posicionarse como alternativa clara en la izquierda para evidenciar que votar a Podemos significa que «el derecho a decidir de los catalanes» está por encima de la cuestión social. Esta debería ser la bandera del PSOE y dejar que Pablo Iglesias quede devorado por las exigencias de sus satélites territoriales.