Cuando la editora contacta contigo y te dice: Presentamos en el Corte Inglés, te parece no haber escuchado bien y preguntas «¿en el Corte Inglés?». Te lo confirma, hay unos segundos en los que solo hay emoción, silencio y emoción, cuando logras romper el silencio preguntas, «pero cuando», te dice el día y la cabeza intenta calcular el tiempo que falta, pero toda tú estás ocupada en impresionarte y no logras sumar dos más dos. Un blanco hermoso te barre la mente en los días siguientes y no puedes hacer otra cosa que repetir que tienes una presentación y que estarás ahí, aunque en esos momentos se te haya olvidado el tema de tu novela. Después alguien te pregunta «¿sabes lo que te vas a poner?», una tela negra te tapa los ojos, «no», respondes nerviosa y entonces empieza la carrera de tienda en tienda. Ya tienes el vestido y, casualidad o no, esto te devuelve seguridad y algo de cabeza. Empiezas a pensar y a hacer la lista de las personas que vas a invitar y temes el momento de sentarte a escribir la presentación porque al pensar en letras estas se escapan juguetonas con el viento. Te queda una semana, cae en lunes, día laboral, y esperas que a las 19.30 les dé tiempo a tus invitados a llegar. Ya tienes un primer borrador, ha sido difícil, un asalto entre letras y palabras que no ha quedado del todo resuelto. Ese domingo por la tarde tienes una fiesta, es el momento de relajarse. La tarde va oscureciendo el día y surge lo que probablemente estaba escrito, te caes y se te desencaja el hombro, pasan horas de sufrimiento hasta que te lo vuelven a encajar. Estás a una semana de la presentación, con el brazo derecho inmovilizado ¿Cómo firmas ahora?

Duró un instante el tiempo que tardaste en cambiar el gesto amargo por una curvatura feliz. Te impresionas a ti misma al pensar que has borrado en un suspiro el tiempo destinado a los lamentos y decides utilizarlo a tu favor, así que completas la presentación poniéndole el tono de humor que te faltaba y te refieres a ti misma como «La Escritora en Cabestrillo». El gran día está aquí y los nervios revolotean caprichosos por tu cuerpo. Llegas a una sala grande y vacía, con una mesa grande encima de un podium. Se hace la hora, la sala está medio llena y la gente sigue llegando. Habla la editora, hablo yo, consigo pasar el monólogo con dignidad y algo de humor, llega el momento del invitado especial experto en bioenergética, en este punto ya tenemos al público ganado. Pero lo que más te emociona de todo son las personas que ya han leído el libro y vienen a felicitarte y a decirte que lo que cuentas les ha llegado. Te quedas con un comentario en particular porque te ha hecho gracia: «Los últimos capítulos los leí muy despacio, porque no quería que se acabara el libro», y te animan a que haya segunda parte.

Llegaste a la casa flotando en una nube de alegría, y te empezó a doler el brazo, te tomaste una pastilla sin detenerte en el dolor. Una vez más te saltaste lo negativo y te diste cuenta que el libro te había cambiado.