Dos temas alimentan la agenda política alemana desde que comenzó el nuevo año: la publicación de una edición crítica de Mi lucha, de Adolf Hitler, y los sucesos protagonizados por una mayoría de inmigrantes norteafricanos en la estacion de tren de Colonia.

El libro mitad autobiografia, mitad panfleto político del mayor criminal del siglo XX, no se había reeditado desde la caída del Tercer Reich.

Mein Kampf, su título en alemán, estaba considerado tabú y hubo que esperar a que pasaran los setenta años del copyright para que se autorizara una nueva publicación anotada por un equipo de historiadores y otros especialistas.

Se trataba de exponer todas las mentiras, falsedades, afirmaciones demagógicas y errores de hecho en un texto tóxico desde todos los puntos de vista.

Pero muchos se preguntan si la nueva publicación, con todas las anotaciones críticas que se quiera, contribuye a mitificarlo aún más mientras que otros señalan la aparente contradicción de autorizar su reedición mientras en Alemania sigue considerándose delito la negación del holocausto, precisamente el genocidio justificado y estimulado por el libro de cabecera del nacionalsocialismo.

Finalmente hay quienes consideran que haber impedido su publicación equivalía a poner puertas al campo ya que ese texto es fácilmente accesible por internet.

En cuanto al segundo tema que calienta la actualidad política, los abusos sexuales y otros delitos -robos incluidos- cometidos por una turbamulta borracha la noche de fin de año en la estación de Colonia ante la presunta impotencia de la policía tanto federal como de esa ciudad renana.

De esa turbamulta formaban parte, aunque no solo, pues había también algún alemán e incluso estadounidenses, jóvenes árabes. Debido, sin embargo, al carácter sensible de todo lo relacionado con los inmigrantes, en un principio se evitó mencionar el origen de la mayoría de los que trataron de abusar sexualmente de las mujeres que se encontraban en aquel momento en la estación o sus alrededores.

La inoperancia de la policía y de las autoridades municipales y regionales, sumada a sus intentos de ocultar o relativizar lo ocurrido y la complicidad inicial de algunos medios, ansiosos de no alimentar la xenofobia, ha acabado teniendo un efecto de bumeran.

La principal víctima es ya sin duda la política de «bienvenida» inicialmente reservada a los refugiados por la canciller Angela Merkel.

Cada vez más voces exigen no solo un refuerzo de la policía federal en vista de lo ocurrido, sino también mano más dura contra quienes violan las leyes en este país para poderlos expulsar más fácilmente si se trata de extranjeros, sean o no inmigrantes con derecho a asilo.

La prensa se ha encargado de propagar la noticia, sea o no cierta, de que alguno de los alborotadores de Colonia se rio incluso de la policía, afirmando que no podían hacerle nada porque le había invitado al país la propia Merkel mientras que otros se jactaron de que de nada servía que destruyeran sus documentos de inmigración.

Los incidentes de la estación de Colonia han proporcionado nuevos argumentos demagógicos a los grupos xenófobos que no se cansan de señalar la imposibilidad de integrar en Europa a personas procedentes de otras culturas, en especial la musulmana.