Unas botas de alto tacón y un flequillo compiten en las primarias para elegir al candidato republicano a la presidencia de Norteamérica. Las botas pertenecen al aspirante hispano Marco Rubio y el tupé al enloquecido Donald Trump; aunque lo cierto es que esos dos atributos se han independizado de sus propietarios para cobrar vida autónoma. Importa menos el programa de los precandidatos que los complementos con los que se adornan.

Trump se ha echado unas risas a cuenta de los tres centímetros de coquetería que las botas añaden a su contrincante Rubio, sugiriendo que el hombre no da la talla. Quizá Donald esté respirando por la herida, después de que le cuestionasen a su vez la autenticidad de la media melena rubia y, sobre todo, el flequillo que es su señal de identidad ante las cámaras. De hecho, no dudó en tirarse -literalmente- de los pelos para convencer a sus votantes de que no les estaba tomando el peluquín.

Frente al tupé de Trump, los botines de Marco Rubio fijan tendencia en la moda política USA. Cuanto mayor es la altura de sus tacones, más crecen en las encuestas las expectativas de voto del aspirante a candidato del Partido Republicano para las elecciones presidenciales del año en curso.

De momento ya ha conseguido alborotar el gallinero de Twitter, donde el pueblo cibernético gorjea cada día miles de trinos a propósito de los botines del único rival que -junto al también hispano Ted Cruz- puede hacerle frente a Trump en el más conservador de los dos grandes partidos estadounidenses.

El asunto tomó tales proporciones que el propio Rubio, celoso de la competencia que le hacen sus botas, se preguntó si los internautas habían perdido la cabeza. El Estado Islámico va por ahí cortando cabezas y la gente se preocupa por mi calzado, lamentó el precandidato cuando le interpelaron sobre la locura desatada por sus botines en las redes sociales.

Craso error, naturalmente. No es la posible guerra entre Irán y Arabia Saudí o el precio del petróleo lo que interesa a los electores de la nueva era de internet. Lo que de verdad atrae el favor o disfavor del público son unas botas con alzas o un flequillo rubio, independientemente de las cosas que suelten por la boca los propietarios de esos complementos de moda.

Coquetería, lo que se dice coquetería, era la del presidente francés Nicolás Sarkozy, que calzaba unas tremendas alzas en sus zapatos no tanto por ponerse a la altura del cargo como a la de Carla Bruni: el bellezón de envergadura con el que se había desposado. Lo suyo estaba disculpado por visibles razones.

No hay vanidad aparente, sin embargo, en el caso de los precandidatos con botas -o con flequillo- de Norteamérica. Tanto da si en España o en USA, los aspirantes a un cargo no dejan de representar el papel del charlatán que pone a la venta el producto ideológico de su partido en la feria de las elecciones. Es natural que el público se fije más en su aliño indumentario que en la mercancía que vocean.

Se quejaban las mujeres metidas a políticas de que el público las valorase más por su aspecto que por sus ideas; pero ya no hay razón para ese sexismo. Ahora son también las botas, el flequillo y demás complementos de moda los que marcan la diferencia entre los candidatos varones. Quién nos iba a decir que llegaríamos a la igualdad por la frivolidad.