El presidente Pérez se ha puesto los Reyes, y de paso ha engolosinado a los desazonados seguidores merengues. Sabía lo que le esperaba con Benítez en el Bernabéu: una pitada más y los pañuelos prestos, y eso era demasiado para su ego, acostumbrado a la loa y los parabienes de sus agradecidos palqueros. Ha tirado por la calle de en medio, sabedor del prestigio que atesora su mejor fichaje, aun a riesgo de quemarlo en el empeño de conseguir una tregua con el madridismo hostil. Asegurar un final calmo de temporada aunque no se gane nada, lo más probable dado el panorama, es una patada hacia adelante por si aclara. Lo más asequible sería ganar la Champions, con la dificultad que conlleva, porque la Liga esta chunga y pinta nuevamente de azulgrana.

El debut del galáctico francés en el eléctrico banquillo merengue bajo la égida florentiniana supuso un éxito tan indiscutible como aparente: cinco goles a un clemente Deportivo es esperanzador pero fue un partido de guante blanco. Una sola tarjeta y por protestar no es el balance de un visitante aguerrido en el Bernabéu. Además, con esa venial disposición deportiva y el buen trato del balón, los coruñeses pudieron sorprender a los madrileños antes de que crearan peligro, con un portentoso Bale en estado de gracia. Su delantero Lucas tuvo un gol medio hecho con el marcador a cero, y dispararon otra media docena de veces con posibilidades desde el borde del área blanca en la primera parte. Y es que, aunque Modric y Kroos cubrían bien las subidas de los excelentes laterales-extremos merengues -espléndido Carvajal-, la media punta rival estuvo descontrolada. Es el mal endémico que acarrea el Madrid desde que Alonso se marchó a Alemania. Y, antes, desde que Redondo y Makelele fueron liquidados por los gustos de don Florentino, enamorado sin remedio del juego de los medias puntas. La carísima plantilla merengue es un ejemplo de ese desequilibrante matiz. Seis o siete interiores de ataque y un solo centrocampista, Casemiro, de corte defensivo.

Por eso, como hemos reiterado desde aquí, el Real, esté quien esté en el banquillo: Ancelotti, Benítez o Zidane, cualquier otro de menos nombre o usted mismo; está sobrado contra equipos menores, como demuestra cada semana, pero sufre contra los grandes y ante los que disponen de un medio campo potente aunque no tengan grandes aspiraciones. La calidad de su plantilla cuando quiere -esa es la tecla a tocar por Zidane-, que no su equilibrio, da para eso. Pero ya veremos cuando lleguen los que muerden, contra los que los jugones blancos tendrán que pelear sus opciones de ganar algo, que disponen de medios centrales de garantías. En todo caso, la elección de don Florentino es acertada dada la situación y lo que se le venía encima. El Real Madrid, con Zidane, tiene asegurada una segunda parte de la temporada plena de esperanza. Circunstancia que desde hace años no le rodeaba, y menos desde el tsunami Mourinho. El francés, además de fútbol y aura elegante, tiene acreditada una personalidad suficiente para dotar a la institución de estabilidad hasta junio. Otra cosa será cuando acabe la temporada y haya que tomar decisiones drásticas, como me temo. Si el Barça continúa su rutilante marcha en la Liga, con el Atlético al acecho, el Madrid tiene poco que hacer, y en Europa la lotería es más esquiva que generosa. Es difícil ser campeón, único laurel aceptable para los blancos, y no siempre se tendrá la fortuna de Lisboa —¡Ay Ramos!—, donde pasados dos minutos eran subcampeones.

Si se acaba la temporada sin fruto habrá revolución en la plantilla: varias bajas e incorporaciones importantes. Y para el año que viene el efecto Zidane habrá prescrito. Entonces se le exigirá desde el principio y será el último escudo del omnímodo presidente Pérez. Por el contrario, si suena la flauta y levanta alguno de los trofeos a los que aspira, don Florentino tiene asegurada otra etapa al frente del otrora mejor club del mundo, reconvertido en segundón o tercerol desde 2003, al poco de su llegada. Dicen los florentinistas que ha coincidido con la mejor etapa histórica del Barça, pero como decía Pasieguito, el recordado técnico asturiano del gran Sporting, contra los buenos marcajes existen los mejores desmarcajes. Zidane es la clave de quien le ha dado las riendas in extremis. Continuidad o abismo. Y ambos lo saben. A la ilusión, habrá que sumarle juego, piernas, corazón, bemoles y suerte.