Nunca lo hubiera sospechado. Cuando el lugar donde un servidor nació y pasó los primeros años, la ciudad de Málaga (o «Málaga Capitá» como también se dice) se nos ha ido convirtiendo, sin que nos diéramos cuenta, en el objeto del deseo y la admiración de viajeros y turistas. Hace unos días llegó la recomendación del New York Times a sus lectores: no se pierdan Málaga. Es obvio que para la influyente publicación neoyorquina es Málaga un lugar indispensable en el universo mágico de las experiencias viajeras. Las que el maestro Robert Byron nos recomendaba como la mejor forma de desafiar a esa temible burocracia instalada en la mente humana.

Como malagueño creo que hay que darle las gracias a un ilustre y muy admirado conciudadano nuestro, el alcalde de Málaga, don Francisco de la Torre. Creo que se puede decir que tenemos en él a uno de los grandes alcaldes de Europa. Recuerdo mis años en los que dirigí hoteles en la muy querida Marbella, donde vivo con mi familia desde hace más de medio siglo. Entre las prioridades de las visitas turísticas de los clientes de aquellos afamados hoteles no aparecía Málaga. En la lista de los lugares que para ellos valía la pena visitar estaban solamente Granada, Sevilla, Córdoba, Ronda, Gibraltar y Tánger. El pasado día 27 de diciembre llegué a la conclusión, junto con mi mujer, Concha, de que el alcalde Francisco de la Torre nos había cambiado milagrosamente la ciudad en la que habíamos nacido. Fue durante una visita, retrasada demasiadas veces, a la prodigiosa Colección del Museo Ruso de San Petersburgo en Málaga .

Nos dio vértigo. El poder ver y admirar en nuestra Málaga un cuadro del gran Yuri Pimenov, una de las obras maestras del siglo XX, como es la figura de aquella mujer rusa, que intentaba encontrar un tren para regresar a su casa, al final de la guerra. Pintada en 1945, la figura humana que domina Una estación otoñal es una Victoria de Samotracia que emerge de los tiempos oscuros que estuvieron a punto de borrar la civilización europea de la faz de la tierra. El próximo 27 de enero se presentará en este museo, único en tantos aspectos, una nueva colección de obras maestras rusas. Aquella mujer heroica, con sus harapos, su mochila y su botella de leche, la que pintara Yuri Pimenov, habrá regresado ya a su sede en San Petersburgo.

El pasado jueves, el 14 de enero, nuestros convecinos marbellíes de origen ruso, junto con los griegos, ucranianos, georgianos, serbios y todos los que observan los ritos de la Iglesia Ortodoxa de Oriente celebraron en la internacional Marbella su día dedicado al Antiguo Año Nuevo, como ellos lo llaman. Generosamente nos invitaron muy queridos amigos, como en años anteriores, a unirnos a ellos y a un estupendo y muy civilizado grupo de incondicionales. Y con ellos hemos celebrado la noche dedicada a la llegada del Año Nuevo en el Calendario Juliano. El promulgado en el año 45 antes de Cristo. Mucho más antiguo que el Gregoriano -por el que nos regimos actualmente- y que establece otras fechas para celebrar la Navidad, la fiesta del Año Nuevo y la Pascua. Fue por lo tanto posterior nuestro calendario actual, el que lleva el nombre del papa Gregorio XIII, por iniciativa del Concilio de Trento. La pujanza del antiguo Calendario Juliano sigue siendo notable en países como Rusia, donde celebran dos veces las festividades del Año Nuevo. Les aseguro que no deja de ser una estupenda idea. Y, por supuesto, un excelente antídoto contra la melancolía que nos producen los tiempos oscuros.