Varios días de estancia en la capital alemana me han hecho casi olvidar las para cualquier europeo absurdas ansias independentistas de una parte de los catalanes o las tribulaciones de nuestro presidente en funciones para formar un inverosímil gobierno de coalición con quienes llevaba cuatro años ninguneando. Aquí no llegan prácticamente los ecos de esos esfuerzos. Aquí, en el corazón de Europa, se habla de otras cosas: por ejemplo, de la peligrosa deriva autoritaria de los vecinos polacos, que se suma a la de la Hungría de Viktor Orbán. Pero se habla sobre todo hasta lo obsesivo del problema de los refugiados.

De la «cultura de bienvenida», que tantos elogios suscitó entre quienes recordaban la todavía reciente y criminal historia alemana como preocupaciones entre muchos gobiernos vecinos, se ha pasado a algo que parece consustancial con el ser alemán: el miedo como estado de ánimo.

Los acontecimientos de fin de año en la estación de Colonia, pero también en otros lugares, donde individuos, muchos de ellos borrachos, de origen extranjero, no vieron otra forma de mostrar su virilidad que sometiendo a vejaciones de tipo sexual a las mujeres que encontraban a su paso cuando no, en algunos casos, robándoles el teléfono móvil o el bolso. Casi lo peor de todo fue el silencio inicial de las autoridades y de algunos medios, sobre todo la radiotelevisión pública, que con una especie de falso pudor o en un intento de tratar a los ciudadanos como menores de edad, intentaron silenciar lo ocurrido y sobre todo ocultar el hecho de que muchos de aquellos delincuentes, aunque no todos, eran refugiados o inmigrantes de cultura musulmana.

Era como si todos temiesen que la verdad pudiera atizar un sentimiento xenófobo latente de la población alemana y alimentar a los grupos y movimientos racistas que, aunque por suerte de momento minoritarios, sólo parecen esperar cualquier ocasión favorable para propagar su mensaje de odio al extranjero. No tardaron en aparecer en las redes sociales frases que recordaban, aunque esta vez referidas a los musulmanes, a las empleadas contra los judíos durante el período nacionalsocialista como la de que los inmigrantes tratan de violar a «nuestras rubias mujeres».

Y ahora sobre todo la prensa escrita busca explicar lo ocurrido e iluminar a los lectores sobre los problemas que sin duda va a traer para la ciudadanía la inmigración de tantos cientos de miles de personas - en torno a un millón sólo en un año en el caso de Alemania- de un ámbito cultural como el musulmán en la que la mujer está supeditada en todos los órdenes al varón con el agravante de que las propias madres muchas veces se ocupan de educar a sus hijas en esa cultura discriminatoria en la que el hombre es siempre el rey del gallinero.

Casi hueras suenan en ese contexto las voces de quienes tratan de explicar que el machismo y la violencia de todo tipo contra la mujer no es privativo de los árabes o musulmanes, sino que impregna también nuestra sociedad aunque muchas veces adopte otras formas acaso menos visibles o violentas. Continuamente uno escucha además en la calle voces que hablan de un incremento de la suciedad y de la delincuencia en las proximidades de los lugares de acogida a los refugiados mientras que muchos inmigrantes de origen árabe que llevan tiempo viviendo aquí se quejan de ser cada vez más objeto de una especie de sospecha generalizada.

Porque los medios hablan también ahora de la presencia en Alemania de numerosos magrebíes que han entrado ilegalmente en el país, no tienen derecho al trato de refugiados y que se dedican a cometer pequeños hurtos sobre todo en las estaciones ferroviarias y sus alrededores. Ello ha hecho que desde la mayor parte del espectro político aumente la presión para endurecer las leyes y conseguir que no sólo que se cumplan, sino que sea más fácil que hasta ahora expulsar a quienes delinquen, algo a veces difícil porque muchas veces esas personas destruyen sus documentos y ocultan su origen, haciéndose pasar por sirios.

Al mismo tiempo aumenta la presión sobre la canciller Angela Merkel, a la que cada vez más gente dentro de su partido y de la CSU bávara, pero incluso entre sus aliados de gobierno socialdemócratas, acusa de haber actuado irresponsablemente en un inicio al dar a entender al mundo que prácticamente todos los refugiados serían aquí bienvenidos. La popularidad de la jefa de Gobierno, a la que muchos acusan ahora de irresponsable «buenismo» está en niveles mínimos, y ahora muchos se preguntan cómo logrará superar una crisis política en la que, como se ha visto, no puede contar tampoco con el apoyo de sus socios comunitarios.