Un bebé de Podemos derrota a 350 parlamentarios bregados, la situación se le está yendo de las manos al bipartidismo. Tener la razón no exime de autocrítica. La heroica satanización del partido emergente, a cargo de las plumas y las lenguas bífidas más ilustres del espectro político, no está funcionando. Ha fracasado la asociación de Pablo Iglesias a un Hitler con coleta, la identificación de Errejón con un Stalin rubio. Urge renovar el arsenal de insultos. Todas las esperanzas a izquierda y derecha están depositadas ahora mismo en la trama iraní, pero sin garantías de que mejore la desfallecida conexión venezolana. Aparte de que Teherán se ha aliado con Washington, por lo que censurar a los ayatolas será pronto más peligroso que contar la verdad sobre Catar. Si se agota la vía persa de incriminación de la formación radical, el último recurso infamante la vinculará a Corea del Norte, al borde de la bufonada.

Por amarga que sea la verdad, hay que echarla de la boca. Celia Villalobos se ha batido con el meritorio ´piojosos´, pero este calificativo tampoco triunfará en tiempos de animalistas a ultranza. Se puede contratar in extremis a los redactores de pancartas del Espanyol, pero la leyenda «Pablo Iglesias es de todos» pierde fuelle al alejarla de la grada. Con un mínimo distanciamiento, se observará que se reproducen las conductas estigmatizadoras que han llevado al inesperado auge de Podemos. En lugar de disculparse ante los cinco millones largos de desertores, una cifra que cancela la etiqueta de ´antisistema´, se les insulta en la efigie de sus elegidos. Los números decretan que Podemos más Ciudadanos superan ampliamente a los protegidos PP o PSOE, pero Madrid se ha especializado en falsificar la realidad. ¿Se celebraron elecciones en la capital?

El peligro de Podemos no radica en su difunta tentación chavista, sino en que se adocene y se contagie de los hábitos de la vieja política. La diarquía PP/PSOE ha doblegado con artes seductoras a acentuados disidentes, el Puigcercós de Esquerra Republicana tuvo que dimitir en Barcelona tras recibir el tratamiento del embaucador Rubalcaba en Madrid. La integración del partido de Pablo Iglesias lograría mayores réditos que su fallida desintegración con ataques furibundos. No se les puede acusar de populismo desde el programa de María Teresa Campos.

Relativizarlos es una treta más eficaz que cederles el mal absoluto. Por ejemplo, recordarles que aquel renqueante Pedro Sánchez de la tercera edad llamado Mitterrand ya utilizaba en 1980 el apelativo de ´casta´, para satirizar al entonces presidente Giscard.

¿Cuántos votos habría obtenido Podemos, sin una encomiable campaña de denuncia que no ha descuidado ni sus aparcamientos en doble fila? Probablemente menos de los que lleva recaudados. La formación radical alcanzará la mayoría de edad cuando sus caídas sean disculpadas, con la ligereza ética habitual en PP y PSOE. Hay que volver al clásico Rubalcaba y su «dejadlos gobernar», invocado para que los partidos abertzales estrellaran su sobrecarga ideológica en la gestión de las basuras. La esterilidad de los insultos clásicos contra las huestes de Pablo Iglesias se acentúa con maniobras aniquiladoras más sutiles. Por ejemplo, el CIS todavía no ha aclarado si pretendía engañar al Gobierno o solo a los españoles, al precocinar una mayoría absoluta de PP más Ciudadanos que pavimentaba el advenimiento de Soraya Sáenz de Santamaría.

Es perjudicial hablar de Podemos como si no contara con cinco millones de votos. Pedro Arriola, tan frecuente en las anotaciones de Bárcenas, los engordó al tacharlos de ´frikis´. Por mucho que sintonizara en gracejo con los ´piojosos´ de su esposa Villalobos, ningún país puede alardear de tan elevada densidad de bichos surrealistas. El error consiste en la pretensión de poner remedio al partido radical, en lugar de montarles un tenderete acogedor en el bazar.

El último insulto a Podemos consiste en descalificarlos para los pactos postelectorales. Han migrado de irrelevantes a inestables, se les niega el voto con la misma convicción que lleva a ocultar desde el 20D los resultados de las urnas, como si fueran ofensivos para el país y no determinantes en su configuración futura. El arrinconamiento procede de quienes jalean la gran coalición como una novedad, cuando el bipartidismo único define la era democrática. En cuanto a quienes legítimamente aconsejan a los socialistas que deben regalar sus noventa diputados al PP, en lugar de auscultar un Gobierno explosivo con Podemos, ¿han votado al PP o al PSOE?