Paso ante una marquesina de bus, en la que está de pié una señora con un perrito pug (también llamado carlino), al que ha embutido en un abrigo de ganchillo a cuadros que sin duda le ha tejido ella. Hay un adolescente recostado en uno de los asientos, que vendrá del instituto de enfrente. Ella le ha dicho algo, y el chico responde (sin acritud) que a él no le gustan los perros. La señora dice, antes de desahuciarlo de la condición humana: «¿y ningún otro animal?. El chico empieza a decir algo, pero como ya he pasado de largo y sopla un fuerte viento en contra sólo pillo «bueno, la€». Mientras sigo mi ruta hago hipótesis para completar frase: «bueno, la vecina tiene un gato muy cariñoso»; «bueno, la mascota de un compa del cole (una serpiente)»; «bueno, la cotorra de una amiga de mi madre, que habla»; «bueno la cabra de un vecino del pueblo, que es muy lista». Peste de viento.