Como casi todo en esta vida, el fútbol se puede analizar desde múltiples puntos de vista. Así, empezando por lo más desagradable, podemos mirar a través de las instituciones que lo gobiernan y el de sus protagonistas, y ahí tendríamos dos de sus lados oscuros. Esclerosis normativa, organizativa y representativa; ausencia de controles, corrupción, endogamia, lujos desorbitados y sin parangón en ninguna otra faceta social, nepotismo, derecho y justicia a medida de intereses de parte, normalmente piramidal y corporativos; y un largo y vergonzoso etcétera.

Al margen de los mandamases, ya hemos comentado alguna vez que solo hay un sindicato más poderoso que el de los futbolistas: el de los entrenadores. Un jugador ficha por un número determinado de años, por ejemplo, y para echarlo, aunque sea justificadamente por bajo rendimiento u otras circunstancias ajenas al fútbol, hay que abonarle todas las cantidades pactadas hasta su finalización. Eso sí, puedes dejarlo en la grada, pero pagándole. Ahora bien, como el chico cumpla sobradamente las expectativas puestas en él y quiera irse, o aceptas sus nuevas exigencias económicas -puro chantaje por la llamada tristeza súbita-, o se va donde desee pagando el club que lo quiera la cláusula de rescisión acordada, en el mejor de los casos, o bajo la amenaza de bajar voluntariamente su rendimiento, sin que haya forma humana de hacerle cumplir con lo pactado al principio: que rinda de acuerdo a lo contemplado en su fichaje. Y también existe el dolor para no jugar, como no existe el dolorímetro es imposible evaluar lesiones de dudosa realidad médica.

En cuanto a los técnicos, lo mismo, solo que no puedes fichar a ningún otro entrenador sin el visto bueno, firmado, del que quieras echar. ¿Cabe más fuerza sindical?

Desde el lado institucional, dejando a un lado la poca vergüenza y el infame choriceo de sus últimos dirigentes más significados, Blatter y Platini, aparte de quienes ocupan poltronas federativas varios decenios con el exclusivo mérito de las mamandurrias que procuran a quienes mueven los hilos de sus sucesivos triunfos electorales, Villar y muchos de sus cuates, por decir algo; llegamos a la particular justicia futbolera. Ya sancionaron al Barça por fichar a jóvenes promesas futboleras de cualquier sitio del mundo, haciéndoles un cambio de residencia hacia la ciudad condal, normalmente con la lógica de su familia directa a cuestas; y ahora hacen lo mismo con el Madrid y el Atlético.

El grandísimo contrasentido de tal medida, y por simplificar el análisis, la misma FIFA que premia año tras año a Messi como el mejor futbolista del mundo, castigó a su club dejándole sin poder fichar a nadie durante un tiempo que en el fútbol es larguísimo, y ahora hace lo propio con otros equipos. Es decir, que los legisladores futboleros suponen que el talento es suficiente para llegar a la meta, jueguen donde jueguen y dispongan de los medios que sean. ¿Alguien cree que el argentino hubiera llegado a donde está sin que mediara el Barça en su formación y ayuda a todos los niveles? Es sencillamente de locos.

Pero es que, analizándolo solo desde el punto de vista humano, el mero hecho de dar una oportunidad en base a sus expectativas deportivas a chicos que normalmente provienen de lugares menos favorecidos social y económicamente, es un paso humanitario adelante y un modo de ser solidario con quienes pueden desarrollar su talento con los medios adecuados.

Señalar y sancionar que el Barça hizo tráfico ilegal de personas con Messi, o que el Madrid lo está haciendo con los hijos de Zidane, por señalar los casos más llamativos, es el paradigma de lo que antes decía. Una antigualla injusta y fuera de lugar en el mundo que vivimos, igual que tantas otras realidades que rodean al fútbol, aparte de una forma de justificar a unos organismos y cargos que manejan y cobran cantidades tan astronómicas como fuera de contexto en nuestra sociedad; las propias federaciones que pertenecen a la UEFA y FIFA tramitan las fichas de tales promesas.

Urge meter mano al fútbol para superar unas formas caprichosas, dictatoriales e inconcebibles, que tienen consecuencias muy nefastas para nuestro deporte. Mientras duren, pervivirán los otros lados parvos del fútbol. Esos que oscurecen el calidoscopio por donde lo miramos. La suerte es que a veces surge el milagro del buen juego y lucen sus artistas, para que lo sigamos y paguemos cientos de millones de aficionados.