Con el frío pienso casi siempre en los flamencos. Funciono, en esta época del año, decididamente al revés. El hombre siente nostalgia de la naturaleza y el sentimiento se aguza de puro bestia cuando no hay nada a lo que aspirar y resta aún mucha rutina por maldecir. En una mañana escarchada, tímidamente lluviosa, no habría mejor programa de mano que asomarse a Fuente de Piedra y ver la mancha rosada, estilizada en el cuello, de esos pájaros que quisieron ser fábula y nacieron para su desgracia dentro de la grosería tridimensional y que, para hacerlo todo más cruel y más utópico, no regresan por aquí hasta bien entrado el verano, cuando el Albariño frío apetece mucho más que los bichos y que la religión. Hay personas que miran el paisaje sintiendo el arrullo preventivo de la obra hidráulica y otros que lo hacemos pasivamente, soñando en secreto con atisbar alguna especie no inventariada, o al menos, fuera del rango de previsión. Los viajes son también un bestiario sentimental, en el que muchos años no faltan las mariposas blancas del Penedés o las ovejas de fleco lanudo del norte, cuya aparición de fondo y en pendiente, sugiere muy a menudo e indisimuladamente algunas escenas de los cuadros de cacería de Brueghel. En Irlanda existen vacas que desafían a la gravedad y se recuestan cerca del hachazo último de los acantilados, ajenas al erotismo inconsecuente de la desaparición; mis conocimientos son tan pobres y tan ingenuos que he llegado, incluso, en mi amor naíf y tardío hacia la montaña, a confundir a un colibrí con una polilla y a un brazo de sauce con un gavilán. La vida se ha vuelto tan miserable que la única relación contemporánea sensible y respetable con la naturaleza es obligatoriamente cínica o estúpida y yo con esas cosas, si me dan a elegir, estoy siempre por el subdesarrollo mental y por el candor. De hecho, uno de mis grandes méritos periodísticos es ser amigo de un fotógrafo que en una ocasión, atropelladamente borracho, fue mordido en el cráneo por un ejemplar de zorro. Por menos de eso, en Cataluña, te dan una medalla boy scout y te hacen diputado de la CUP. El campo es bello porque es caos y destrucción y está lleno de simpáticas abominaciones. Más o menos como el hombre común. Al hippy en Ibiza le tiraban perdigonazos por robar los melones del payés. El fresno es la plaza y toda la plaza y la vida no es otra cosa que la plaza y el fresno, asimilan en Buerba, Aragón. A veces , los árboles solitarios, como algunas mujeres guapas y Tannhäuser, dan unas ganas terribles de morir y de llorar.