Hijo, tú no te señales…» A mi madre, que vivió la Guerra Civil siendo niña, y a mi padre que la vivió siendo ya un muchacho, ese miedo no les abandonó nunca. Además, pertenecían a una clase social con dificultades en la escala para la igualdad de oportunidades, con lo que la protección de sus hijos les llevaba a aceptar que éstos pasasen desapercibidos por abajo, con tal de que no destacaran provocando censuras, envidias o sectarismos. La pobre no imaginó, hasta que fue inevitable, que el mayor de sus hijos iba a pasarse la vida ante un micrófono o una cámara y, peor, firmando artículos a veces críticos que en ocasiones no agradaban a quienes se referían.

La democracia debía curar con su inyección de libertad aquel viejo miedo protector de mis padres. Pero no fue así. Quienes en la derecha yendo hacia al centro accedieron al poder, llevaban como pelusas en el traje los usos y costumbres de una dictadura represora. Y quienes accedieron al poder desde una izquierda ya socialdemócrata, cerrando el círculo de la alternancia democrática en 1982, fueron incubando un sectarismo en defensa propia, tras haber sido ellos los reprimidos, que les acercó a sus represores con el agravante de volverse sectarios en plena democracia. En las televisiones públicas, y más a medida que el estado autonómico se consolidaba, también las municipales que fueron creciendo como setas por todo el territorio, el sectarismo se asumió hasta el punto de que a algunos de sus trabajadores ya no había que decirles a quién se podía o no invitar a un programa. Así que aquello de señalarse adquirió un nuevo sentido por culpa de quienes antes se habían señalado políticamente.

En los 80 Alaska y Dinarama cantaban A quién le importa y parecía que iba a ser verdad. Pero no fue así para los aparatos políticos que trabajaban sólo en su supervivencia, a pesar de que hoy seamos una de las sociedades más sanas y permisivas moralmente del mundo. Con la irrupción de Podemos y luego Ciudadanos mordiendo la tarta institucional, los equilibrios arraigados han reventado, pero está por ver hasta dónde descontaminará eso las instituciones de inoculado partidismo, y cuánto durará hasta que tomen el relevo los nuevos partidos, si llegan para quedarse, cuando dejen de ser nuevos.

Hizo bien el presidente del PP andaluz en asistir el lunes en la plaza de la Constitución de Málaga a una concentración con La Cónsula como estandarte. Hicieron bien los representantes de Podemos, Ciudadanos e IU en estar allí. Ante la obviedad de lo denunciado era fácil estar. Y a ninguno les afectaba políticamente, más bien al contrario, excepto quizá a Ciudadanos por ser socio de gobierno en la Junta (aunque también socio con el PP en el ayuntamiento y la diputación en Málaga). La pena es que no hubiera nadie del PSOE. Pero la denuncia era contra el increíble y torpe abandono sostenido de la Junta de Andalucía, sin explicación convincente, de unas escuelas de formación que han puesto en el mercado a estrellas Michelin, y la Junta la gobierna el PSOE. Estar allí habría sido comerse un marrón para quienes del PSOE hubieran ido. Y cuestionar a los tuyos, aunque fuera en defensa de aquellos trabajadores, alumnos y valores de excelencia en la educación y el empleo que los tuyos debieran haber defendido más y de manera más hábil. Eso sí que habría sido señalarse.

Pero quienes se señalaron de verdad fueron los alumnos, los trabajadores y algunos participantes como los excelentes chefs Dani García, José Carlos García y Mauricio Giovanini, que se arriesgan a tener sus nombres no sólo en los menús sino en alguna lista infame, y el arquitecto Salvador Moreno Peralta que puso su carne en el asador para que les alimente a los demás… Cuánto te echo de menos, mamá.