La religión, mal negocio

Piadoso novicio, mis maestros me inculcaban el rechazo a concebir la religión como negocio contándome la millonada (en pesetas) que ganaban los sacerdotes de una parroquia del barrio de Salamanca. Razones muy evidentes han disminuido hoy el negocio religioso, por lo que, fieles al dios-dinero, el clero de esa iglesia ha recurrido a poner en su esquina dos grandes carteles luminosos que, en lugar del acostumbrado horario de misas o un «Jesús salva», dicen: «Flores y plantas».

¿Jesús se dedicaría a ese negocio? Tengamos en cuenta que se trata de una competencia muy desleal, pues las iglesias en donde así comercian no pagan ni el IBI, y los sacerdotes tienen ya un salario sacado de los impuestos, de los que, por cierto, nunca, nunca viviría el Maestro.

Simeón Ibáñez LleraMálaga