Hemos asistido en los últimos días al poco edificante espectáculo de políticos de un partido que todavía parece que no se ha avergonzado lo suficiente de la corrupción en sus filas descalificando a jóvenes diputados de la nueva izquierda por su peinado rasta o su poco ortodoxa indumentaria.

Hemos podido escuchar en algunas de esas tertulias infames con que nos regala a veces la televisión a periodistas hechos y derechos insultar a esos parlamentarios democráticamente elegidos bromeando con que a ninguno de los contertulios se les ocurriría dejarlos solos al cuidado de sus hijos pequeños, como si se tratase de violadores en potencia.

Hemos oído también al director generosamente remunerado de una emisora pública decir en el tono más chulesco posible que a él «le sudaba» el modelo de radio que tuviese que hacer con el dinero público recibido.

Hemos visto a alcaldesas recompensadas con bolsos de Louis Vuitton quejarse del olor que para su fino olfato, incapaz de oler la corrupción en torno suyo, despedía a su paso alguno de esos parlamentarios de larga y trenzada cabellera.

Hemos oído a un presidente autonómico imputado en su día por delito de cohecho consistente en trajes a medida afirmar sin el menor rubor de los diputados del nuevo partido que «si la gente hubiese sabido a qué tipo de personas votaba, habría votado a otros».

Hemos escuchado grabaciones en las que corruptores y corruptos, que no hay uno sin el otro, utilizaban el lenguaje más soez para cerrar sus tratos o quejarse de que alguno no hubiese podido finalmente cerrarse por culpa de un «hijo de su madre».

Son muchas veces gentes de esas que llamamos de orden, siempre bien trajeadas, con la corbata y el traje a tono, que te agarran por el codo o te dan una cariñosa palmadita en la mejilla o el cuello cuando te saludan, gente que huele siempre a perfume.

Hemos visto a algún exvicepresidente del Gobierno y a otros personajes, ricos de familia o enriquecidos gracias a contactos y amistades, gastarse en mariscadas, lencería o clubes de alterne un dinero obtenido alegremente y jamás declarado al fisco.

Hemos oído a alguna diputada del partido gobernante, hija a su vez de político corrupto, dirigir un «que se jodan» a los parados -o a los socialistas, según trató luego ella de justificarse- mientras la bancada aplaudía su ocurrencia. Hemos tenido que aguantar todos estos años demasiada soez y chulería como para, ahora que parece iniciarse por fin una nueva etapa, seguir soportando a políticos y tertulianos mal encarados que sólo saben vomitar su bilis. La democracia se merece algo mejor.