La sociedad española asiste atónita a un penoso espectáculo político marcado por el tacticismo y la soberbia. Algunos de nuestros más televisivos líderes parecen haber olvidado, de la mano del asalto a los cielos o la ansiedad por esquivar el infierno del fracaso, que hoy por hoy en España la desigualdad y la precariedad vital y laboral siguen causando estragos. El economista José Carlos Díez recordaba este fin de semana que, con respecto a 2011, hay 200.000 empleos menos y 600.000 parados más que no reciben prestaciones ni ayudas públicas. Que se han recortado 10.000 millones de euros en gasto sanitario. Que los salarios se han reducido en 40.000 millones de euros. Y sin embargo el entramado del «Juego de Tronos» se ha trasladado de las pantallas a nuestra vida real.

Las dimensiones de la desigualdad, de la vulnerabilidad de millones de españoles y de la pobreza que se ceba en familias sin empleo y con hijos han sido estudiadas con detalle por la Fundación de las Cajas de Ahorros (Funcas). El último número de su revista «Panorama social» dedica varios artículos a desmenuzar el balance social de la crisis. Una lectura imprescindible tanto para los interesados en el tema como para los que dicen estarlo mientras mantienen la mirada fija en la púrpura del poder ansiado.

Hay dos artículos especialmente interesantes en este número monográfico. El primero lo firman Pau Marí Klose y Álvaro Martínez Pérez, y trata sobre la pobreza y la vulnerabilidad. La pobreza excluye a las personas del ejercicio de la ciudadanía, además de impedir que desarrollen todo su potencial. Y en España esta realidad -que va más allá de las privaciones materiales, que también galopan a lomos de políticas económicas austeras y deshumanizadas- ha golpeado con fuerza a familias con hijos a su cargo, en un contexto de protección social insuficiente y de ayudas públicas desmanteladas. La pregunta siguiente es qué va a pasar con esas generaciones afectadas por la crisis, qué futuro les espera no sólo a los jóvenes bien formados que se enfrentan a un mercado de trabajo que exige mucho y paga muy poco, sino también a quienes ni siquiera han tenido la oportunidad de aprovechar esos recursos en forma de educación pública o de formación para el empleo porque en su agenda no estaba el futuro en forma de preparación y estudio, estaba y está el presente en forma de lucha por la supervivencia.

También Inés Calzada alerta de la pérdida de legitimidad que está afectando al propio concepto de Estado del Bienestar. España contaba con una sociedad que en todas las encuestas creía en un modelo nórdico, inclusivo, en el que se pagaban impuestos a cambio de una sólida y eficaz inversión pública en colegios, universidades, carreteras, infraestructuras, hospitales. Pero la crisis y la corrupción están quebrando la confianza en el sistema. Y una consecuencia inmediata puede ser la resistencia a contribuir a la solidaridad colectiva mediante el pago de impuestos -los ciudadanos tienen serias dudas del uso correcto que se ha hecho del dinero público, tapando el boquete financiero- además de la convicción de que se necesita un cambio radical, o incluso el desmantelamiento de todo lo bueno conseguido en estos cuarenta años de democracia, con sus muchas luces y sus oscuras sombras. La crisis trae consigo también el cuestionamiento de las instituciones. Flaco favor hacen al futuro de todos quienes deberían fortalecerlas desde el respeto, el sosiego y la responsabilidad.