Entre otros muchos resalta en Derecho un principio básico del proceso que es el de publicidad, lo cual no implica que ahora los jueces deban adornar sus togas con parches de marcas anunciadoras como si fueran pilotos de Fórmula 1, sino que se eleva a rango constitucional el hecho de que el pueblo llano pueda tener conocimiento de la labor judicial como medio de control de su actividad para evitar decisiones caprichosas, injustas o contrarias a lo establecido por ley.

Bajo ese paraguas del principio de publicidad se resguarda un derecho de información y libertad de prensa en base al cual la sociedad accede con mayor o menor rigor a lo que acontece desde la detención de un ciudadano hasta su ingreso o no en prisión pasando por la conexión en directo con la sala de justicia. Son los nuevos realities del S.XXI. Mínima inversión, máxima repercusión. Sólo basta con pinchar la señal de la cámara del juzgado, mandar a un reportero que, excepto honrosas excepciones, confunde investigado con condenado, y poner en plató una mesa de contertulios tan lenguaraces como ávidos de ser renovados.

Así hemos llegado a la retransmisión de un Gran Hermano Jurídico en el que no sólo se registran y emiten las palabras de los procesados, sino también la labor profesional de letrados, fiscales y magistrados que la mayoría de las veces conlleva una desacertada edición de recorta y pega con el fin de ser insertada brevemente en un informativo entre el niño de Bescansa, la última fuga del Chapo Guzmán y la enésima parida de Piqué. Parece ser que en este país de acusa que algo queda e injusta pena de banquillo todo sirve para el espectáculo, incluso pasándose por el forro el temor a producir alguna injerencia en el derecho al honor de los protagonistas o que los testigos tengan cumplido conocimiento de lo manifestado en juicio el día anterior mientras comen palomitas en el sofá de su casa. Cualquier día el presidente de la sala pedirá un receso de cinco minutos para que los espectadores puedan ir a aliviarse o a reponer la cerveza.

Que quiere usted reírse del fiscal anticorrupción, pues pone la uno. Que le apetece a usted criticar al abogado del político de turno, pues selecciona la cinco. Que desea usted alimentar su vena de voyeur excitándose al mirar a alguna testigo o perito en cuestión, pues sintoniza la cuatro. Así de fácil, así de gratuito, así de estúpido.

Algo tendrán que esconder los que no quieren ser grabados en juicio, dirán algunos. Pues mire usted, no es eso. ¿O es que a usted le gusta que le graben mientras trabaja para luego ser emitido en horario de máxima audiencia y que todos sus vecinos sepan lo que hace o deja de hacer? ¿Verdad que no? Una cosa es que se grabe el acto del juicio para posterior control y recurso de las partes personadas, lo cual ya cumple de sobra la finalidad buscada por el principio constitucional, y otra bien distinta es que dicha emisión no sólo sea pública sino que además sirva de carnada para rellenar programas de chichinabo.

Sobre los asuntos de justicia se puede y se debe informar, ahora bien, lo que no se puede es convertir el ámbito judicial en fenómeno viral, en epicentro de entretenimiento, en objeto de chufla e ira o en chascarrillo de barra porque lo dijo fulanito en la tele. La Justicia con mayúscula es algo muy serio, afecta directamente a lo más íntimo de la persona, eso bien lo saben todas las personas anónimas que tuvieron un juicio pidiendo para sí el máximo respeto. Y no nos equivoquemos, a pesar de Lexnet el trabajo de los letrados consiste en velar por el interés legítimo de un cliente vigilando que no se violen sus derechos, la obligación de los fiscales radica en promover la acción de la justicia en defensa de la legalidad, y la labor de los jueces radica en juzgar y hacer ejecutar lo juzgado en base a su independencia y su imparcialidad. Eso es lo único. Todo lo demás no es justicia, es un circo romano con leones insaciables.

Como no puedo evitar que sigan ustedes lapidando a quien quieran les pido por su bien que, por lo menos, sean cautos al elegir el blanco y afinen bien la puntería, no vaya a ser que un día la piedra rebote y les dé entre ceja y ceja.