El Ibex vuelve a precipitarse. Subido a este carrusel de vértigo uno se pregunta cuando acabará la atracción de feria. Imagino a los brokers allá abajo, disfrutando de sus palomitas mientras los incautos se despeñan por el acantilado. No se puede jugar a la ruleta sin saber quién es el dueño del casino. Lo peor de todo es que los que controlan la maquinaria conocen perfectamente quién está subido al carrusel, y accionan la caída en el momento oportuno. Justo cuando ellos se han bajado.

La bolsa de valores no es lugar para economistas ni abogados, mucho menos para optimistas desinformados. En cualquier poblado de Texas, el sheriff advertía del peligro con el viciado: yo que tú no lo haría, forastero. Pero la época de las caravanas pasó de largo hacia el Oeste, y ya no quedan sheriff ni estrellas. Lo que sí abundan son los indios. Los hay por todos lados, acechando tras las colinas o agazapados junto al arroyo. Hay que ser muy rápido con la cartera. Desenfundar en el momento oportuno y recoger la ganancia antes de que los tramposos marquen las cartas. Valores señalados de antemano por compañías sin escrúpulos que hacen creer en finales felices.

Cuentan que en el crack del 29, Rockefeller salvó su fortuna gracias a que un limpiabotas le consultó en qué valores invertir los ahorros de toda su vida. El millonario se apresuró a llamar a sus gestores para obligarles a vender: «El día en que hasta un limpiabotas invierte su dinero en bolsa ha llegado el momento de salirse». Puede que esta historia sea una leyenda, pero está cargada de simbolismo. Alguien tiene que seguir lustrando las botas que otros se calzan. La desgracia del limpiabotas fue deslumbrarse por el rutilante brillo. De tanto pasar la estopa por el empeine, pudo verse reflejado en el cuero como si se tratara de aguas cristalinas. Tan limpias y claras que decidió darse un chapuzón, y al final salió empapado de volatilidad, inoportunos atentados, descenso del precio del barril de crudo, crisis orientales, agujeros opacos, deudas no declaradas, falsos resultados, cuentas maquilladas, e ilusorias independencias.

La lotería de Navidad o del Niño me parece un juego más honesto. Al menos, quien invierte conoce de antemano que sus posibilidades de hacerse rico son mínimas. Esa es la razón que se contonea en la cabeza de todo especulador. Hacerse rico en poco tiempo y con el menor esfuerzo. Buen anzuelo para los fabricantes de burbujas que pacientemente contemplan crecer su mercado con cada descenso del nivel educativo.

La educación debería salir a bolsa. Cotizar junto a los 35 valores del Ibex. Ningún fondo de inversión especializado estaría dispuesto a colocar un solo euro. Es un valor de escaso beneficio a corto plazo. Las ganancias se recogen a lo largo de los años, y en ese caso, está bastante repartida. Lo mejor es apostar sobre seguro. Bien lo saben los gobernantes. Mantener posiciones y dejar que la ignorancia domine la partida. Ese es el mejor modo de que algunos se pongan las botas y otros le saquen brillo.