No es que se mueva la cama, es que se mueve la tierra sobre la que descansa el edificio entero. Y no por una explosión de gas, por no hablar de otras posibilidades más truculentas y destructivas, sino porque en la profundidad se lesionaba el esqueleto del planeta. Ayer de mañana otro terremoto se producía en el fondo del mar de Alborán. 4,7 grados en la escala Richter no son sólo una pequeña réplica de reajuste de la inquieta placa tectónica que provocó, en la madrugada del lunes, el temblor de la cama golpeando contra la pared durante unos 20 segundos interminables. El seísmo era de 6,3 grados.

En Marruecos y en Melilla, más cerca del epicentro, sufrieron más lo que eso suponía. Desprendimientos en edificios históricos, grietas en las casas, televisores rotos en el suelo, algunos heridos leves y el miedo en el cuerpo que le produjo un infarto mortal a un niño de 12 años.

Siempre tenemos un chiste para disparar contra la desgracia en estos lares, como el de que la cama se movía como la de la niña de la película El Exorcista; o ése más canalla que decía que algunos andaluces nunca se habían despertado tan temprano (el terremoto se sintió alrededor de las 5 y media de la mañana). Pero mientras sucedía, a nadie le hizo gracia. Seguro que a nadie le preocupó, cuando comprendió de quién era la mano que mecía su cama, si el órdago de gobierno de Pablo Iglesias favorecía o perjudicaba a Sánchez, una vez que Rajoy había renunciado históricamente a presentarse a la Investidura en primer lugar, como por votos le corresponde.

Como tampoco, si el terremoto de ayer por la mañana hubiese sido de un par de grados más, se habrían parado a contar cuántos nuevos detenidos (24) y cuántos investigados (29) en Valencia taponan con sus culos engordados en B las cañerías de la corrupción institucional. O si Rita Barberá está o no pringada o «absolutamente limpia» en la presunta financiación ilegal de sus campañas electorales junto a su investigado partido. Y todo sólo un par de días después de habernos enterado de la Operación Frontino, con tan mala rima, y de lo de Acuamed. Ni se acordaron o les importó en ese momento que Fran Rivera torease para la foto del Twitter con su bebé en brazos. En el momento de la verdad sísmica, nadie se preocupó de muchas cosas más que empiezan a resultar asfixiantes en su interesada omnipresencia.

Más bien se acordaron de vivir y de la vida de sus mayores o de sus hijos, como yo pensé en mi hijo, al darse cuenta de lo que podía ocurrir si el temblor arreciaba, tan pequeños todos ante el tremolar de la Naturaleza. La tierra no deja de temblar, aunque por aquí sólo parezca tiritar sin frío. En Occidente estamos tan poco acostumbrados a sufrir desgracias naturales, a comprender que somos menos que hormigas sobre la superficie de un planeta en cuyo núcleo nadan en magma ardiente nuestros destinos sobre balsas de piedra y mineral fundido, que creemos que sentirnos vivos es darle mucha importancia a lo que no la tiene. Y en eso estamos.