Cada temblor es un círculo. Bajo nuestros pies cruje de forma violenta y tendemos a perder la estabilidad. La vida es como un edificio frágil construido sobre dos placas tectónicas. Cuando éstas chocan, tiemblan nuestros cimientos. A veces, las consecuencias apenas se perciben y preferimos no darle muchas vueltas porque el movimiento, que no llegó a ser tampoco muy brusco, se asimiló con un golpe de cintura. Total, con lo fácil que es la vida y que patatín y que patatán. ¿Se le puede pedir algo más que disfrutar de este dulce invierno de verano con sus baños en pleno mes de enero? Sin embargo, hay ocasiones en las que el temblor viene de una manera tan áspera e inesperada, que te pilla con la guardia baja porque mentalmente uno ya estaba tomándose una caña en Pedregalejo y con la puesta de sol apremiando. No recuerdo dónde, pero leí por ahí que no sabes qué te ha golpeado hasta que es demasiado tarde. Además de buen eslogan para vender kalashnikovs, esta afirmación describe a la perfección lo ocurrido el pasado lunes en Málaga. Cuando habían transcurrido treinta segundos de no saber muy bien lo que estaba pasando, nos encontramos con que habíamos sido sacudidos por un terremoto y con el pijama puesto. Estar con el pijama puesto es lo más parecido a estar desnudo y salir corriendo era todo lo que yo podía pensar en aquel momento. Aprovechar la mañana, que no eran ni las seis y sentirme un poco como Forrest Gump por Carlos Haya. Estuve a punto de atarme las zapatillas, pero me di cuenta entonces de que el ser humano es un espíritu efímero en la confección de su mundo. De forma natural, nuestras vidas son como una montaña rusa que sube y baja impulsada por el movimiento de la placa tectónica que marca nuestros instintos. La tendencia natural era la de meterte otra vez debajo de la almohada, que es lo que hice para levantarme más tarde de lo habitual y con la cara partida. Esa tendencia natural explica que en Nepal sigan secando ladrillos de adobe al sol, los apilen como ya lo hacía el abuelo y luego se miren extrañados cuando un siglo más tarde el templo se derrumba de nuevo. Después del terremoto, llega el tsunami y lo normal es que muchos acaben ahogados por construir tan cerca del agua. Para querer ser tan listos, nos empeñamos sospechosamente en repetir los mismos errores. Se vive mejor al lado del mar y de la fertilidad.