Un olvido intencionado, en el fondo, es un homenaje, un modo de reconocimiento por ausencia, una forma de hacer notar que lo que falta es de verdad importante. En España, un país que hizo de la envidia el pecado nacional, se da con frecuencia ese modo de olvidos que no lo son, olvidos que señalan al olvidado y desprestigian al olvidadizo. Pero así somos, no hay remedio.

Ahora, con el cuatrocientos aniversario de la muerte de Cervantes, estamos comprobando hasta dónde es capaz de llegar el olvido, del que dice el maestro Alcántara que es lo mejor del recuerdo. Mientras los ingleses amenazan con inundar España con el programa «Shakespeare Lives», que incluye teatro, ópera, exposiciones, danza, cine y debates, el programa cervantino apenas se ha desarrollado. Parece que nadie haya pensado en ello, y si alguien lo ha hecho, ha sido solo un ratito y con pocas ganas.

Si uno creyera en el sino, en esa fuerza desconocida que, según la tradición clásica, obra irresistiblemente sobre los hombres, diría que, al cabo, no hace más que cumplirse el hado que el pobre don Miguel arrastró durante su residencia en la Tierra. Porque la vida del escritor que mayor gloria ha dado a nuestra literatura fue una ininterrumpida serie de pequeños fracasos domésticos y profesionales, en la que no faltó ni el cautiverio, ni la cárcel, ni la afrenta pública. Una particular mala fortuna que parece seguir persiguiéndole cuatrocientos años después de morir.

Si Cervantes viviera hoy, tan alejado como en su propio tiempo de los mezquinos círculos literarios, de las familias y los grupitos de escritores que se premian los unos a los otros, de toda la podredumbre mercantilista que inunda el mundo de la literatura, seguramente sería uno de esos autores malditos a los que sólo leen sus amigos. Todo lo más alcanzaría a ser un «autor de culto», de esos cuyas ediciones rara vez pasan de mil ejemplares y casi nunca llegan a venderse por completo.

Porque Cervantes fue un genio contra todo pronóstico, contra sus contemporáneos, casi contra sí mismo. Y eso se trasluce en su gran obra, en su Quijote, un personaje creado con la única intención de hacer burla de las novelas de caballerías, de desacreditarlas, y que sin quererlo se da de boca con la inmortalidad.

Cervantes fue un hombre que llegó al final con un triste bagaje. Por no tener, no tuvo ni para pagar su entierro. Se murió a los 69 años sabiendo que todo le había salido mal en la vida y sin saber que sólo le salió bien la posteridad, que es otra forma de olvido.