Luis Pancorbo, primer español en pisar el Polo Sur y corresponsal de Televisión Española en Italia y Suecia, se hizo muy conocido con la serie de televisión Otros pueblos, que estuvo en antena casi tres decenios y que, a lo largo de 130 capítulos, metió en nuestros hogares las costumbres, paisajes y mentalidades de lugares remotos de los cinco continentes. Selvas, islas, altas montañas, desiertos, aldeas polares, estepas: allí donde hubiera una historia ejemplar que contar se embarcaba Pancorbo (flemático y a menudo con una pipa en la boca, bien documentado, empático, respetuoso, buen comunicador) para traérnosla sin los falsos edulcoramientos del que se siente moral o históricamente superior ni las trampas hermenéuticas de quien se presume más sabio o evolucionado.

Mapamundi de lugares insólitos, míticos y verídicos, que acaba de publicar el FCE, es un diccionario de los sitios que se han quedado grabados en el imaginario y la piel de su autor: la ruta de su vida, la novela de su frecuentación de lejanías, los hitos de sus vastos conocimientos geográficos y antropológicos. Como el propio Pancorbo comenta en el prólogo, con este libro ha querido rendir un tributo a los «mapamundis a la vieja usanza», que tenían más que ver con el viaje como iniciación (un viaje que pone en peligro el alma y el cuerpo y que, al hacerlo, los lanza hacia sus límites y les permite sacar lo mejor de sí mismos) que con el contemporáneo viaje para desplazarse (un cambio de coordenadas que no conlleva un cambio o un afinamiento de paradigmas). Como también dice, los sitios posibles y los imposibles se necesitan mutuamente para existir. Termina ese prefacio con otra frase afortunada: «El mayor bichero para subir a la chalupa de las palabras es la curiosidad por los nombres», algo que el autor demuestra al dar gran relevancia a la etimología de los lugares que cita.

¿Qué se encontrará, entonces, el lector en este apasionante libro que abre la voz «Aaranes» (ciudadela de los ostrogodos rodeada de aguas pantanosas que no se helaban en invierno a causa de sus emanaciones sulfurosas) y se cierra con «Zuyderzee» (golfo holandés ganado al amenazador Mar del Norte y que por eso es denominado Mar del Sur) Se encontrará que «España» tiene una misteriosa línea y media y, sin embargo, «Agartha» (lugar al que Hitler envió una expedición a cargo del Instituto de la Herencia Ancestral Germánica) o «Mamali» (país fabuloso de los aromas) tienen más de una página. O que «Regalpetra» (país donde habitaban los fantasmas de Leonardo Sciacia), «Walden» (lago en el que pasó aislado casi dos años Thoreau, el padre del trascendentalismo norteamericano), «Damas» (isla del pacífico sólo habitada por mujeres en la ficción de Gerardo Hauptmann), «Falesá» (playa ideal de la isla ideal para Stevenson) o «Malcesine» (municipio de Verona donde Goethe sufrió un incidente) tienen idéntica carta de naturaleza que «Babilonia», «Alamut», «Barcelona», «Bhután», «Ballarat» (sitio de la gran fiebre del oro de Australia) o «Ife» (capital del reino Yoruba). Se encontrará también con voces como «Antiviaje» (ir a no lugares o la tentativa de negar el viaje), «Civitas Dei» (la Ciudad de Dios descrita por san Agustín), «Cielo», «Limbo», «Hades», «Homotopía» (mismo lugar; neologismo matemático para representar una frontera de la geometría y la topología), «Sublimes» (lugares por encima de todo lo normal), «Carajos» (pequeños atolones al norte de la isla Mauricio), «Maelstrom» (abismo marino que inspiró a Poe uno de sus mejores cuentos) o «Noctiluca» (una isla sagrada ubicada en algún lugar cerca de Málaga). Un libro irresistible que es, además, una especie de pasaporte universal.