Finlandia, un país pionero o modelo en tantas cosas como el sufragio femenino o la excelencia educativa, estudia la posibilidad de introducir a título experimental una especie de renta básica para sus ciudadanos mayores de edad. No sería, según las noticias, una cantidad importante ya que oscilaría en torno a los 800 euros al mes cuando el salario medio en ese país es de unos 3.300 euros, pero lo importante es que tendría carácter universal: es decir que se le daría lo mismo a un mendigo que a un millonario.

El experimento se iniciaría en 2017, tendría carácter temporal ya que en principio duraría sólo dos años y además se aplicaría sólo a un pequeño segmento de la población del país - alrededor del 10 por ciento- antes de decidir si se implanta como medida estructural. La idea de la renta básica universal cobra cada vez más sentido con las últimas estadísticas que indican que en la supuestamente rica Europa uno de cada cuatro ciudadanos está en riesgo de pobreza o de exclusión social mientras aumenta como en todas partes la desigualdad.

La automatización creciente de muchos procesos productivos, que afecta cada vez a más sectores de la economía, va a conducir al paro a un número cada vez mayor de trabajadores o profesionales, lo que dará aún mayor urgencia sobre todo en los países más desarrollados a la reivindicación de unos ingresos ciudadanos mínimos.

La idea de una renta básica para todos los ciudadanos, independientemente de su nivel de ingresos, se remonta a ya hace muchas décadas aunque la hegemonía neoliberal la hizo caer en el olvido.

Últimamente, algún Nobel de Economía como Paul Krugman o incluso algunas publicaciones nada sospechosas de veleidades izquierdistas como The Economist o el Financial Times han vuelto a hablar de ella.

Para que sea eficaz, opinan sus defensores como los autores de un nuevo libro que trata en profundidad del tema (1), ha de ser suficiente, universal y no sustituir a las prestaciones del Estado benefactor sino en todo caso complementarlas. Si la renta es demasiado baja, corre el peligro de degenerar en un subsidio gubernamental a las empresas, opinan esos autores, para quienes la ventaja de la renta básica universal es que evita que se estigmatice a quienes la reciban porque serán todos los ciudadanos. Por otro lado, no debe reemplazar en ningún caso al «welfare state» - al estado benefactor- proporcionando a los individuos una determinada cantidad que éstos pueden luego gastar en los servicios sociales porque ello equivaldría a incrementar algo contra lo que hay que luchar: su comercialización.

La renta básica universal tendría, según sus partidarios, efectos muy positivos: contribuiría a reducir la pobreza, a una mejora de la salud pública con menores gastos sanitarios, haría que menos jóvenes abandonasen los estudios, reduciría también la pequeña delincuencia y serviría para eliminar burocracia.

Además, en un siglo en el que el trabajo será un bien cada vez más escaso, debido a la sustitución del hombre por las máquinas, dará a los trabajadores mayor poder de negociación con los empresarios ya que, al disponer de un dinero con el que al menos subsistir, no se verán obligados a aceptar cualquier trabajo con independencia del salario que se les ofrezca.

La renta básica universal podría ser un arma de la nueva izquierda porque transforma la relación entre el capital y el trabajo, dándole la vuelta de modo que el trabajador no temería como hasta ahora ser despedido si no acepta las condiciones de la empresa. Ese tipo de renta básica combina además las necesidades tanto de quienes tienen la suerte de tener un trabajo con las de los desempleados, los subempleados, los inmigrantes, los universitarios y también de muchas mujeres que verían recompensado de esa forma el trabajo doméstico que llevan diariamente a cabo.

Gracias a ella, el precariado como forma de vida laboral se vería sustituido por la flexibilidad voluntaria ya que sería el trabajador quien decidiese qué trabajo aceptar y bajo qué condiciones. Ello haría además que aumentase la automatización para los trabajos menos atractivos ya que éstos sólo se aceptarían si mejorasen sus condiciones económicas.

Si hasta ahora han fracasado las propuestas en ese sentido es, entre otras cosas, por motivos no sólo políticos o económicos, sino también culturales, relacionados con la ética del trabajo, no exclusiva solamente del protestantismo ya que existe también en otras culturas y con otras religiones.

Efectivamente se considera que el trabajo ennoblece al individuo y le ayuda a la autorrealización, forma incluso parte de nuestra identidad, lo cual hace que se anatematice muchas veces a quien no lo tiene porque se considera que es sólo culpa del individuo y no obedece a problemas estructurales relacionados con el propio capitalismo.

Junto a los argumentos de tipo moral contrarios al establecimiento de una renta básica universal - estimularía en muchos la pereza o la holgazanería de muchos- , están sobre todo los económicos: ¿cómo financiarla?

Hay quienes consideran que podría hacerse con una mejora de la recaudación fiscal que consistiría en aumentar determinados tipos de impuestos, sobre todo a los más ricos, eliminando todas las oportunidades de evasión fiscal - paraísos fiscales incluidos- reduciendo el cada vez más insoportable desigual reparto de la riqueza- , limitando también el gasto militar y eliminando burocracia y duplicidades.

La reivindicación de todo eso podría ser tarea de una izquierda consecuente dispuesta a salir de una vez de la sombra del cada vez más asfixiante neoliberalismo.

[1] «Inventing the Future», Nick Srineck y Alex Williams. Ed. Verso. Londres