Venían con ganas de asaltar los cielos y, al final, sentida ironía, han acabado con sus huesos en la última planta, entre el resquemor del patio y de las gallinas. El PSOE, el PP, con la aquiescencia de Ciudadanos, han expulsado a Podemos en el Congreso al lugar que le corresponde por inquina personal y no por peso demográfico y ni siquiera por votos: un poco más y casi les acaban dando un billete de autobús para que sigan las sesiones desde una cafetería de Malasaña. En el juego burlesco de ribetes icónicos en el que se ha convertido la política, la maniobra ha dejado a los congresistas de Pablo Iglesias orillados y fuera de foco; habrá que hilar muy fino, subir el volumen al televisor para sentir a buena parte del grupo en el hemiciclo. Los españoles, con sus votos, han decidido que Podemos sea la tercera fuerza política, pero el PSOE y el PP escamotean su presencia e imponen que sea hasta la nuca de un aforado de ERC la que se vea antes por la tele. El asunto, en esencia, no deja de ser chichinabesco, aunque como símbolo vale su peso de oro; refleja, en suma, cómo y por dónde van los tiros, que en este caso, y con el gatillo extramuros de Díaz y de algún que otro presidente creso y con helicóptero propio, golpean siempre en la misma diana. La consigna es clara: Podemos es el nuevo PP, en la medida en la que recluta el odio cerval del resto de grupos con representación. ¡Antes dar la vida y la bolsa a Coalición Canaria que respetar al votante! Con la digestión de las generales, de pronóstico anestesiante e incierto, está pasando lo mismo que con las municipales de Madrid: a muchos los que les molesta no es ya que los nuevos asciendan, sino simplemente que existan y en esa impugnación moral permanente de su creación y de sus electores caben todo tipo de tretas, desde el sermón a un tipo de crítica que, por superficial, satiriza más al que la formula que al objeto de la reconvención: que si el bebé, que si las trenzas, que si el rigor histórico para una performance en la que se admite a Pocoyó y hasta a Gallardón pintado de negro. Aún no ha arrancado de pleno la legislatura y ya se nota que va a ser difícil ver a Podemos en la confrontación de ideas; primero por su tendencia estructural al eslogan, y, segundo, por el espectáculo al que se entregan los demás. No han sido unos pañales los que han enrarecido el Congreso: el circo ya estaba antes. Que se jodan, decía Andrea Fabra. Y se jodieron.