A veces es fácil, por los signos externos, identificar al político sonado, es decir, desbordado por los acontecimientos e incapaz de la secuencia conocer-idear-decidir. Era fácil en el caso de Zapatero, pongamos a principios del año 2010, después de que cayera en la cuenta de la enorme gravedad de la crisis. Como Zapatero era un político impulsor y proactivo, con algo de visionario, se podía advertir en él una opacidad en la mirada, una desubicación, un modo de moverse sin ton ni son por el cuadrilatero. Con Rajoy eso es mucho más difícil, pues su estilo de reserva, ambigüedad y astutos silencios no permite saber si está sonado o sigue estando en su ser. Quizás algunos momentos en que en su escaño del banco azul se queda mirando a un punto en el aire, como embobado por el duende de la liberadora abulia, pudieran ponernos en la pista de que ha perdido ya contacto, pero vaya usted a saber.