Cuando uno es pequeño tiene ilusiones, tiene ojos para ver más allá del mañana y siempre tiene una respuesta para esa típica pregunta que nos hacen cuando no levantamos ni dos palmos del suelo. ¿Qué quieres ser de mayor? Quién no ha dicho alguna vez que quiere ser como papá o como mamá, que quiere ser médico o abogado. Todos alguna vez hemos querido ser algo que finalmente no hemos podido lograr, porque la vida nos ha llevado por otros caminos o simplemente porque eran solo pensamientos de niño.

Yo quería ser torero. Sí, torero. Pero mis padres me apuntaron a baloncesto y eso de dar la vuelta al ruedo cortando orejas se quedó ahí. Desde muy pequeñito el balón y la canasta empezaron a ser una referencia para mí. Los entrenamientos en las pistas rojas de Maristas y las ganas de que lloviera para poder entrar en el pabellón a botar la pelota iban siendo una constante para mi cada tarde de la semana. Luego llegaban los fines de semana y no había quien me viera por casa, sino en la calle jugando y tirando.

Pronto empecé a familiarizarme con Ciudad Jardín. Mis padres, a los que les debo tanto por no haberme cortado nunca las alas, se empeñaban en llevarme a aquel fondo debajo de la canasta en el mítico pabellón para ver los partidos del equipo de Javier Imbroda. Por aquella época mi hermano se marchó a Los Guindos a jugar y mi vínculo con el club verde y morado se fue haciendo aún más intenso. Partidos los viernes, los sábados, los domingos… Tuve la suerte de poder vivir junto a una de las mejores generaciones que ha pasado por la avenida Gregorio Diego, como la del 82, y eso hizo que mi pasión por este deporte creciera a pasos agigantados y tuviera la ilusión de ser como ellos. Yo quería ganar medallas, quería jugar Campeonatos de Andalucía y quería ganar Campeonatos de España. Cerraba muchas veces los ojos y me veía ahí, jugando con los más grandes, anotando la canasta ganadora de mi equipo en la final de la liga o metiendo 20 puntos.

Me narraba a mí mismo las jugadas que se me pasaban por la cabeza. Un pase por aquí, un triple por allá… Si hubiera sido por mi ilusa cabeza seguro que hubiera ganado un Mundial antes que Pau Gasol y hubiera triunfado en las mejores ligas del mundo. Mis estadísticas hubieran sido espectaculares y sería el mejor jugador de todos los tiempos. Son sueños que uno tiene de pequeño, que conforme pasan los años los ve desde la distancia con cariño y con media sonrisa dibujada en la cara. Qué fácil lo veía. Yo quería ser jugador de Unicaja, que toda la afición me conociera, y ahora mismo estoy escribiendo estas letras sin haber metido un triple con más de 10 personas en la grada jugando con mis amigos.

Yo era pequeñito y siempre me decían que era bajito para dedicarme a este deporte. Pero oye, yo me veía como nadie, con un buen tiro, un buen manejo de balón y corría. Era rápido. Yo nunca negué que fuera «enano» pero tampoco me negué a dejar de divertirme en el patio porque a alguien se le ocurriera decirme que con mi altura tenía que dedicarme a pegarle patadas a un balón. Además era una especie en extinción. Era medio rubio tirando a pelirrojillo, tenía mi gracia. Pero claro, los años fueron pasando, la vida fue cambiando y entre una cosa y otra me hice periodista.

Ya con 32 años puedo decir que en mayor o menos medida he unido todas mis pasiones. Quise ser torero, aunque ahora veo los toros desde la barrera. Quise ser jugador de baloncesto y que narraran mis canastas ganadoras, y de vez en cuando aunque no sean las mías propias sí puedo coger un micro y darme el gusto de ver ganar a mi equipo mientras lo cuento. Y por último, algún día soñé con que conocieran por toda Málaga a un pelirrojillo que jugaba de base en Unicaja y que acaparaba portadas, pero bueno aunque no soy yo, sí hay alguien que cumple esas características y es ídolo de la afición.

Todo esto viene a que con trabajo y constancia, sacrificio y mucha pasión sobre lo que haces, la vida algún día te sorprende y recompensa todos los sueños que tuviste cuando eras pequeño.