Es sabido que una imagen vale más que mil palabras. Y hay imágenes y miradas que definen dramas, miedos, perplejidades, que son patéticas, de incredulidad, a veces soberbias y otras prepotentes y las hay valientes, que miran de frente; inteligentes y confiadas. Hay miradas de asustado mochuelo, con el iris abierto hasta casi el infinito donde cuajan las madrugadas más solitarias y onanistas. Hay miradas torvas y llenas de acritud. Todas estas imágenes se me vienen a la cabeza cuando echo la vista atrás e intento comprender, algo bastante complicado, lo que está pasando en España en las últimas semanas, donde se mezcla la política, la economía, la corrupción y los tejemanejes de quienes estando en el ajo se esconden detrás de una cortina dando una imagen patética de quien hace no poco bendecía al pueblo valenciano con el caloret, me refiero, ya lo saben, a Rita Barberá, de mirada fría y cabreada, con la comisura de los labios en fina línea como si estuviera estreñida. Serán 50 militantes del PP valenciano los llamados a justificar el baile de billetes de color morado que manejaban con fruición, o quizás más. No me importa. En mi cabeza ya sólo cabe la mirada fría y perdida de Rita Barberá, abandonada a su suerte, sonándose su soledad detrás de las cortinas. Es la imagen. Que el PP se desangra en Valencia es su problema. Mi capacidad de asombro no da para más.

Como me sucede con la imagen de Mariano Rajoy que en los últimos días, o quizás últimos años, rumia su soledad con esa imagen de permanente perplejidad, de ojos abiertos como el mochuelo subido al olivo en las eternas noches del campo andaluz. La imagen de Rajoy, sólo, sin apoyos, con el consuelo de unos pocos fieles como son Javier Arenas, Soraya Sáenz de Santamaría y Loli Cospedal es tan patética que alcanza límites de airada contención cuando en rueda de prensa intenta justificar la corrupción y le bailan las bolillas de los ojos en el desesperado intento de ocultar su cobardía negándose a la investidura pese a haber ganado y estar sólo a la espera de la imagen, siempre la imagen, de ver pasar el cadáver político de su adversario Pedro Sánchez. Rajoy y su rara habilidad para dar la imagen de que fuera de él está el caos, cuando él mismo es el caos. Imagen de un Rajoy hundido en la preocupante inanición salvo cuando se trata de alegrar la campanilla de preclaros amigos que están metidos hasta el corvejón de mierda por la corrupción.

Tengo grabada en mi mente la imagen de la calle Real de mi pueblo, Chauchina en plena vega granadina, que siendo niño y con las primeras lluvias y no estando asfaltada se convertía en un lodazal y los mulos o los bueyes se hundían hasta la mancera, con el barro que les llegaba a los belfos. Es la imagen actual del PP hundido en la mierda y a la espera del «Gordo Evaristo , el mítico gañán, con más fuerza que un garañón, el único capaz de sacar al carro del barro. Rajoy no puede. Su imagen está ligada a Bárcenas (Luis, se fuerte), a Rus (Alfonso, coño, te quiero, coño), a Rita (nadie como tú), a Matas (gobernar como tú lo haces) y a la cohorte de amigos y fieles que durante más de 24 años lo han mantenido en la espuma de la política, incluidos sus menos amigos como Cascos, Aznar y Rato. Imágenes de navajeo, con las cheiras afiladas de los sobres de pagos en B y pagos en negro de las reformas de la sede del PP nacional. Es lamentable que Rajoy, habiendo tenido protagonismo en temas serios para España, se vaya a estudiar en los libros de la historia como el presidente de la corrupción en su partido.

Ya digo que son imágenes algunas de las cuales me revientan pero que debo aguantar. En estos días de gloriosa política, con el vuelco electoral como catón, se suceden imágenes que lo dicen todo, o casi. Por ejemplo, la imagen de soberbia y prepotencia de la última rueda de prensa de Pablo Iglesias, de mirada que echa chispas, de supino cabreo porque otra imagen por analizar, la de Pedro Sánchez que busca otros novios, sin aceptar el reparto de sillones prometido por el líder unívoco de Podemos. Iglesias refleja muy bien la imagen del niño mimado al que le han quitado la piruleta y que ya se veía en la imagen empaquetada de vicepresidente. Los berrinches de Iglesias, su acritud, por más que intente eliminar el ceño fruncido (desagrado o desaprobación), sus cambios de estado de ánimos (ciclotímico dicen que es; pero yo no lo sé) serán dignos de estudio por sociólogos avezados y estudiosos de la llamada «iglesiasmanía» tal cual tiene demostrado el profesor Antonio Elorza.

Y para imagen, la de Pedro Sánchez. Asomado al riesgo, al barranco de lo desconocido, con imagen de perplejidad porque ni él sabe cómo terminará el rondo en el que se ha metido. Sánchez ha aprendido a mirar de frente, con mirada al menos hasta el momento jubilosa y no exenta de valentía y altos gramos de inteligencia porque se la juega él y, sobre todo, un partido con más de 120 años de historia. Una imagen de solidez necesitada, sin embargo, de agarrarse al atril para sobrellevar el bamboleo que le tiene atenazado. Una imagen que cuando lanzó el órdago de ir a la investidura llevaba corbata de rojo intenso y que en los días siguientes, cuando empezó el meneo de programa, programa, etc. cambió a un azulón desteñido como si estuviera a verlas venir. Y en eso está, con la imagen de momento como ganador pero sin saber si llegará a la meta; si lo consigue será la imagen de oro olímpico. Lo dicho, hay imágenes para todos los gustos y para todos los momentos. ¿Cuál será la definitiva? ¡Quién lo sabe!