No cabe duda de que las torres tienen mala prensa. Sin embargo, la altura no es sino un parámetro urbanístico más, que debe ser matizado por otros factores como son la edificabilidad o la ocupación; y es la combinación de todos ellos la que define el modelo de ciudad en cada circunstancia. Una torre puede tener efectos favorables, como la liberación de la máxima superficie de suelo para zonas verdes, y así una promoción de adosados puede producir una depredación del territorio mucho mayor que una edificación en altura, en las mismas condiciones de edificabilidad.

Los excesos de la propuesta para el solar de los antiguos depósitos de Repsol que está encima de la mesa quedan de manifiesto no sólo en su faceta más visible, que son los cuatro rascacielos, sino especialmente en la enorme torta de hormigón que cubriría el espacio entre ellos, a modo de basamento de pocas plantas que conectaría las torres entre sí en varios bloques. Uno habría esperado que esas cuatro formidables construcciones se alzasen sobre una gran zona verde que ocupase la mayor parte del solar, tras descontar el área reservada a viario, pero no es así: el parque queda confinado en apenas un tercio del suelo disponible. No sólo altura pues, también techo edificable y ocupación: un ladrillazo en toda regla. Pero hay estrategias para disimular las operaciones especulativas, como son citar como un logro los 70.000 m2 de parque, omitiendo que no constituyen ni el 40% del ámbito de la actuación, y obviando la densa masificación del resto. Sí, hay que financiar el parque y quizá pueda ser beneficioso destinar algo de suelo a edificación con el fin de ordenar ciertos bordes de dicho espacio. Pero otra cosa es comulgar con ruedas de molino, y vender inoportunos embovedados. Nunca el viejo hidalgo tuvo mayor lucidez: amigo Sancho, son gigantes.