Cada una a su manera, las chicas van llegando a esa otra edad mítica, y están tan estupendas que nosotras, que vemos acercarse el horizonte del medio siglo, casi estamos deseando alcanzarlo, como si fuese el momento propicio para arrojar los lastres que aún nos quedan. Joana, Mari Jose, Teresa, Bego, Montse€ soplaron una única vela en forma de cinco con tanto brío que hubiesen podido apagar un volcán en erupción, y se aprestaron a regresar a la copa, a su buena conversación o a la pista de baile. Nunca dirías que sus 50 son los nuevos 40 porque todas recordamos esa frontera de la cuarta década con el disgusto de quien se asoma a un precipicio o se mete en un jardín, con demasiado por decidir y poco concluido, con la biología apremiando y el temor de no haberle cogido el punto a la vida. Los insolentes 30 fueron un trámite y de los 20 me acuerdo menos que de los 10, cuando mi madre me dijo que ya tenía edad de ser responsable y me entró un poco de susto. Esa congoja me acompañó mucho tiempo: algo se esperaba de mí. Con la serenidad que proporciona el saber que ya has tomado la práctica totalidad de las decisiones que condicionarán lo que te queda de biografía, que es un trecho largo y prometedor, las amigas celebran que han alcanzado una cumbre de tranquilidad, y que pueden sentarse a contemplar las vistas sin prisa por descender antes de que anochezca. Sin perturbaciones, solas o en la compañía deseada. Son más sabias y han logrado domesticar la ansiedad casi por completo. Conscientes de que la felicidad es el curro de toda una vida, la celebran sin complejos. Les han pasado tantas cosas que han dejado el miedo en el camino.

Las amigas que van cumpliendo 50 se quieren y saben lo que quieren. Saben incluso que tienen todo el derecho a exigirlo. Ya no están peleadas con su cuerpo, que ha podido ser campo de batalla de algunas victorias importantes y se sienten en forma de múltiples formas. Aunque el cine y los anuncios escondan a las mujeres maduras, lo cierto es se trata de las primeras generaciones que accedieron a la universidad, a los trabajos fuera de la casa y a la revolución sexual, que han organizado sus familias como han querido y son imprescindibles socialmente, en hospitales y escuelas, en servicios sociales y empresas. Tomadas una a una son tan arrolladoras, que cuesta creer que como colectivo cuenten tan poco. Mucho menos que sus coetáneos, que tienen las riendas del mundo. Hay cantidad de estudios que demuestran que son las que toman las decisiones de consumo más importantes de la familia. Todas siguen formándose y alimentando su espíritu con dosis generosas de cultura. Ahora que disponen de algo más de tiempo y de muchas ganas.

50 es un ecuador, una edad redonda, un punto y aparte. Puede que estén por llegar los sofocos, pero bienvenidos serán si se marchan los sofocones. Independientes, solidarias, curtidas en la multitarea, en la reinvención y en el poder de las alianzas, las chicas interpretan los 50 como el primer día de la plenitud, y desdramatizando, que es gerundio. Dan un poco de envidia, tan activas e independientes. Han dejado atrás el cansancio y la monotonía, se han sacudido las pérdidas, los complejos y los dolores y celebran lo que tienen. Tan contentas de haber llegado.