Oscar Wilde, siempre sarcástico, decía que hay personas que saben que no deben hablar con la boca llena pero que no se dan cuenta cuando lo hacen con la cabeza vacía, y a mi esto me hace pensar en lo importante que es guardar las formas para una convivencia civilizada. Mucho me temo que mientras algunos políticos han perdido la decencia y nos indignan con su corrupción, otros han perdido las formas y nos avergüenzan no tanto por sus pintas como por llevarlas en el lugar equivocado.

Mientras éramos cazadores-recolectores, hace unos 13.000 años, había pocos habitantes en el planeta y los que había rara vez se cruzaban con otros seres humanos. Pero estoy seguro de que incluso entonces habría algunas normas de comportamiento relacionadas con el respeto debido al jefe de la banda, aunque solo fuera por el temor que inspira el más bruto del grupo. Todo cambió con el descubrimiento de la agricultura y la aparición de los primeros núcleos urbanos, que obligaron a dictar normas que facilitaran vivir juntas a gentes que no se conocían entre sí. Es lo que en sentido amplio llamamos educación, tolerancia, respeto por los demás y urbanidad y es que, como decía Cicerón nada hay más atractivo en el hombre que su cortesía, su paciencia y su tolerancia. Poco a poco las reglas de conducta se fueron ampliando cosas como no escupir en público (salvo en China), a no meterse el dedo en la nariz, o a exigir que los coches circulen por la derecha, hasta llegar a la exageración regulatoria de la Unión Europea que denuncia Cameron y que a mi juicio se pasa varios pueblos al determinar las dimensiones de los nabos mientras es incapaz de concertar una política común en Energía o en Defensa.

Últimamente están saltando por los aires algunas de esas normas consagradas por la costumbre con la llegada de formaciones políticas que parecen querer utilizarlas como instrumento de combate. Me refiero a las gentes de la CUP, de Podemos, de Marea, de Bildu, etc. Y no estaría mal si se sabe distinguir con criterio. Por ejemplo, me parece muy bien ir al ayuntamiento en metro o en bicicleta al Congreso, en lugar de usar el coche oficial, porque son comportamientos que dan ejemplo de austeridad y muestran preocupación por el medio ambiente. Ojalá proliferaran. Lo que ocurre es que cada cosa tiene su momento. The Birds en su canción Turn! Turn! Turn! dicen que “to everything there is a season” (cada cosa tiene su tiempo) y tienen razón. Uno va en traje de baño y camiseta a una barbacoa junto a la piscina, y al minero que va a entrar en el pozo de carbón no se le ocurre ponerse chaqueta y corbata. A mi me parece estupendo que uno luzca rastas o el pelo al cero, que se ponga o quite la corbata o la chaqueta y que amamante a su prole cuantas veces lo necesite (aunque no entiendo que se pida a la prensa que pixele el rostro del bebé que se ha utilizado políticamente un rato antes). Este es, afortunadamente, un país libre y no el Uruguay de la dictadura militar que prohibía barbas, bigotes y pantalones vaqueros en 1980. Pero me parecen fuera de lugar los políticos que saludan al Rey o se dirigen al Congreso de los Diputados en mangas de camisa enrolladas por los codos como si se dispusieran a jugar una partida de mús con los amiguetes en torno a unas cervezas. Y no me vale que a mucha gente le parezca bien porque también a mucha gente le pareció bien la esclavitud durante muchos siglos y ello no la mejora. No se es menos por respetar al Rey o al Parlamento, cuyos ujieres no sólo tienen hoy más estudios sino que visten mejor que muchos diputados. El Rey y el Parlamento representan, respectivamente, a la jefatura del Estado y a la soberanía nacional que son dos cosas muy serias. No hay que confundir las churras con las merinas y respetar las normas, como decía Theodor Roosevelt, no rebaja sino que dignifica, en primer lugar al que las respeta y en segundo lugar a las propias instituciones. Por eso me quito los zapatos al entrar en una mezquita o me pongo la quipá al hacerlo en una sinagoga y no soy musulmán ni judío. No hay que confundir ser moderno, que es envidiable, con no ser respetuoso, que es censurable. Es una pena que algunos no entiendan estas cosas. Quizás a la guardería del Congreso se le pudiera añadir un servicio que prestara chaquetas y corbatas a los olvidadizos, como hacen algunos restaurantes.

Aunque pasado mañana sea martes de carnaval, mi opinión es que ese estilo cervecero no se lleva en Europa ni ayuda a negociar mejor nuestros intereses ni a representar dignamente al país o a los propios votantes, y no me imagino cómo recibiría el Consejo Europeo a un presidente español en mangas de camisa. Supongo que con estupor, pensando que tras el griego se les ha colado ahora un venezolano, aunque peor sería si para defenderse del frío de Bruselas vistiera un chándal con los colores nacionales, al estilo de Chaves y Maduro. Me consuela pensar que es algo que nunca harán, aunque solo sea porque nunca se pondrían de acuerdo sobre los colores del modelito. A menos que usaran el chándal de nuestros deportistas en los últimos Juegos Olímpicos, que alguien dijo que no parecían diseñados para ganar el oro sino para ir a robar el cobre...

*Jorge Dezcállar es exembajador de España en EEUU