Si hay algo que queda claro en las normas de protocolo, que pueden ser consideradas universales pero, a la vez, sujeta a la interpretación de tantos gurúes de la etiqueta como tertulianos radiofónicos existen, es que el jefe del Estado merece el debido respeto. Eso es así desde que el protocolo es protocollum y existe la diplomacia y ésta guía las relaciones políticas. Sin embargo, parte de esa nueva política, la que parece continuamente necesitada de dar que hablar, la que pretende sobresalir con gestos que no dejan de ser demagógicamente infantiles o a la que no le importa exponer a la presión mediática a sus bebés para exigir artificialmente la evidentemente necesaria conciliación familiar y laboral de la mujer... se siente importante acudiendo a la Zarzuela en mangas de camisa y se indigna si se le afea el gesto. Uno puede entender el look matón de Pablo Iglesias e incluso llegar a justificarlo: a él y a su asesor de imagen. Al fin y al cabo el personaje forma parte de la marca. Y aunque chirríe, a fuerza de insistencia mediática puede incluso hacer parecer como normal lo que en ningún caso debería ser considerado normal y que seguramente a ningún otro se toleraría. Allá él. El que hace él ridículo junto a Felipe VI sin mantener las mínimas reglas de la etiqueta es Pablo Iglesias. Ni el monarca ni la Corona. Ni el tapiz del fondo del salón. Pero este argumento perdió completamente su valor, si lo tenía, el pasado sábado en la gala de los Goya. A este acto, el ínclito Pablo optó por un esmoquin. Que por cierto le sentaba como a un santo dos pistolas. La falta de costumbre, como mínimo. Por congraciarse con el clan de la Ceja, podrían pensar las mentes perversas. Y no tanto. Por allanar el camino hacia un sillón de vicepresidente en vaqueros. Qué hortera, por otra parte. Qué cutre. Parecía un disfraz de Carnaval más bien. De camarero de la ceremonia de entrega de premios. Nada volverá a ser igual desde ese momento de la pajarita. Y ahora se le debería obligar a mantener la misma actitud y atuendo en el Congreso y que no olvide que es un representante público y que el cargo así lo exige. Que como la mujer del César, además de serlo tiene que parecerlo. Hasta Kichi se compró una americana en Cádiz. Desde luego, siempre podrá decir que, a base de críticas, a Pablo Iglesias le hemos hecho un traje.