Menos mal que ayer era domingo porque recuperarse de la surrealista gala de entrega de los Goya del sábado era más difícil que de la resaca del Carnaval. Haría falta una enciclopedia para relatar todas las insensateces, tedio y vergüenza ajena que salpicaron la gala. Hay que reconocer sin embargo que también hubo momentos realmente memorables. Imaginarse lo que estaría pasando por la cabeza de Tim Robbins viendo aquello es impagable. Como la cara de la mujer del ministro de Cultura, Íñigo Méndez de Vigo, más cabreada que un mono ante los hachazos de Dani Rovira al PP. Ver por allí a la Preysler y a Vargas Llosa entregando un premio también tuvo lo suyo, por no hablar de los tambores de Calanda despertando al personal pasada la una de la madrugada. Pero con todos esos momentos kafkianos y muchísimos más, lo que pasará a los anales de los Goya fue el desembarco político. No sé si fueron juntitos o allí se juntaron, pero se les vio haciendo piña y riendo sin parar, que ya podían dejar un poco del colegueo para las negociaciones a ver si conseguimos tener un gobierno de una puñetera vez en este país. Albert Rivera hecho un pincel, Alberto Garzón con traje y corbata, y luego, el mundo al revés, Pablo Iglesias con su esmoquin y pajarita, y Pedro Sánchez sin corbata dando el cante, por si las moscas nos metemos en otra campaña electoral y hay que arañar votos del de al lado, digo yo. Si no, no se entiende por qué estos dos se intercambiaron los papeles. Y todos de buen rollo riendo cuando, en uno de los comentarios más sembrados de la noche, Dani Rovira les propuso irse los cuatro a una salita junto al escenario, llamar por skype al quinto, y entre, premio y premio, hablar de lo suyo. Pero no esperen milagros. Posiblemente los que mejor actuaron en la gala del cine español fueron ellos.