Lo contrario es también frecuente. No basta mover para renovar. No basta renovar para mejorar. No hay nada que sea absolutamente empeorable». Estos cuatro principios que enunció el benjamín de los Machado los conocí a hurtadillas, de jovenzuelo. En mi juventud de entonces, el sigilo, el disimulo, la cautela, el silencio, la reserva, la prudencia… eran parte esencial del método de aprendizaje de algunas cosas. En mi juventud actual la metodología del aprendizaje es muy otra. Recuerdo perfectamente cómo, en aquellos días, había enseñanzas que solo eran adquiribles mediante la táctica de «cuerpo a tierra», o sea, o confundidos con el entorno o desaparecidos completamente de él, para no despertar sospecha, que la sospecha, entonces, era una actividad de riesgo. Hoy, con la perspectiva de miles de días -y miles de noches- doy fe de que aquellos aprendizajes, acullá de su fondo, se perennizaban gracias al subidón de adrenalina que los métodos prohibidísimos traían consigo.

Sin ir más lejos, el día que, a escondidas, leí los principios del «malo» de los Machado, el republicano, yo aún no tenía edad para comprender más allá de la eufonía de sus palabras -en algunas cosas fui precoz-. De ello deduzco, que, además del chute emocionante de lo prohibido, fue el Principio de Autoridad el que obró, legándome un poso de palabras deshidratadas, calladas y apostadas al acecho de la madurez que vendría a rehidratarlas. Y cuando, con el tiempo, ocurrió, el poso se hizo mensaje. Y el mensaje, entendimiento. Y el entendimiento, conocimiento. Y el conocimiento, consciencia. Y ahí seguimos, escalando...

Los principios de Machado que hoy han venido a ayudarme tienen enjundia bastante para armar cuatro zascas, uno por principio, dedicados a los actores de nuestro momento político que insisten en invitarnos a otra ronda de elecciones, que, de llevarse a cabo, terminará inebriándonos del todo. Independientemente de que cada partido, parafraseando a Schopenhauer, se burla de los otros, y todos tienen razón, ¿piensa alguien que si nos apuntamos a otra ronda de urnas el resultado general será distinto del actual? ¿Confía alguien en que el pónganos-otra-ronda-que-la-pagamos-todos haría posible una formación de gobierno con menos de tres partidos? ¡Vamos, anda...! No sé por qué me da que los elegidos andan tan enredados escribiéndose epitalamios imposibles en honor a sus ménages -à-deux-à trois-à-quatre...- que están perdiendo el norte. En cualquier caso, creo que no es para enhebrar zascas políticos, sino para otra cosa (?), para lo que Machado ha comparecido hoy. Ya veremos...

Cuando a uno lo jarrean los chaparrones verbosos de nuestros líderes turísticos -los políticos y los técnicos- y los de los tecnócratas turísticos versión tres punto cero y medio -los originales y los conversos-, no puede sustraerse a esta pregunta: ¿conocerán la existencia de los cuatro principios machadianos y su importancia en las buenas intenciones y prácticas turísticas? La pregunta, que es inocente, lo prometo, surge cada vez que observo la fragilidad con la que ambas tribus discursan sobre las profundidades abisales del turismo, y sobre sus inteligencias competitiva, económica, promocional, organizacional, cooperativa..., que, por cierto, nada tienen que ver con las inteligencias que actualmente manejan las ciencias de la salud mental. Y la pregunta también surge cuando veo cómo, hisopo en mano, las mismas tribus peroran sobre la taumaturgia de métodos mágicos para innovar la gestión turística, tan antiguos como el cross-selling, el up-selling o el ansillary-revenue. Quizá la pregunta surja porque lo que ellos llaman inteligencia yo no lo comprendo. O por algo peor... Sea como sea, cada vez más, la inteligencia me preocupa. Y su polaridad, también...

Las almas gigantes, como la de Machado; esas que nos sirven de fanal, nunca se van, pero, cuando los turistas se van..., ¿adónde van? Y las promesas turísticas de relumbrón, cuando se van..., ¿a dónde van? Y los planes innovadores-como-nunca-jamás-fue-visto-en-el-mundo-mundial, cuando se van..., ¿a dónde van? Estas reflexiones -y otras-, por el dispendio de esfuerzo físico, económico y de esperanza que conllevan, tanto me encorajinan, me enrabian y me enfurecen, como me amohínan, me apenan, me desconsuelan y me apesaran.

¡Ta-ta-tachaaán...! ¡Menos mal...! Ya sé para qué ha venido don Antonio, hoy, a mi cita con el folio. Para que lo verbalice:

¡Va por usted, maestro...!:

Me indigna sobremanera que los turísticos de bien no interioricemos las enseñanzas machadianas en nuestra cotidianidad turística. Nuestro turismo, con Machado, ganaría mucho...

Ea, verbalizado está...